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sábado, 14 de marzo de 2020

REBLOG: Heráldica en la Literatura

Varias veces, en los diez años de vida de este Blog, nos referimos a manifestaciones heráldicas en la Literatura argentina. Así, pasaron por estas páginas obras de Leonardo Castellani, Enrique Larreta, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Enrique Cadícamo, Baldomero Fernández  Moreno, Leopoldo Lugones y Manuel Mujica Láinez, entre otros. 

Este último autor es el que más veces visitó nuestro Blog, a través de varias de sus obras: "El dominó amarillo", "El ilustre amor", "Crónica de Pablo y Virginia", "El hambre" y "La fundadora"

Elegimos un fragmento de este último cuento -que forma parte de la recopilación "Misteriosa Buenos  Aires"- para rebloguearlo hoy.

En "La fundadora"  se hace explícita referencia a la creación del escudo de la ciudad de Buenos Aires, cuya segunda fundación todavía es un proyecto, y a sus detalles heráldicos. La acción trascurre en 1580; lo que compartiremos será el comienzo del relato y luego el fragmento en que Garay funda la ciudad. Los destacados en negrita son nuestros y tienen el propósito de atraer la atención del lector hacia los pasajes heráldicos del cuento.

La vieja carabela y los dos bergantines vienen por el medio del soleado Paraná, con los repobladores de Buenos Aires. Los demás cubren la distancia desde Asunción por tierra, arreando la caballada y los vacunos. Entre tantos hombres –son más de setenta– sólo hay una mujer: Ana Díaz. 
Las otras bajarán del caserío poco más tarde, cuando la ciudad haya sido fundada de nuevo y comiencen a perfilarse las huertas y a levantarse las tapias. Un mes y estarán allí. Hasta entonces Ana Díaz será la única mujer. 
En el puente de la nao San Cristóbal de Buena Ventura, donde Juan de Garay conversa con los jefes, Ana remienda un jubón azul. Las voces patricias –la de Gonzalo Martel de Guzmán, la de Rodrigo Ortiz de Zarate, la de Alonso de Escobar– suenan en torno, robustas, discutiendo la traza del escudo que se otorgará a Buenos Aires. Ana corta una hebra con los dientes y mira el paisaje de la ribera. Pronto llegarán. 
Han partido de Asunción en el mes de marzo; luego hicieron escala en Santa Fe y reanudaron el viaje en mayo, en la segunda quincena. Se les incorporaron algunos hombres, pero ella sigue siendo la sola mujer. Por eso está sentada como una gran señora en el puente de la carabela, entre los hidalgos. 


Gonzalo Martel le muestra el diseño torpe de la heráldica: el águila negra de los Ortiz de Zarate y de los Torres de Vera; la cruz de los caballeros calatravos, los aguiluchos hambrientos... Escobar le detalla, dibujando en el aire con las manos, el lugar que ocuparán el Fuerte, la Plaza Mayor y los conventos. Parece, tanto le inflan la boca las palabras espléndidas, que hablara de la catedral de Burgos y de San Lorenzo del Escorial.  Y Ana sonríe. 
[...]
El sábado 11 de junio, con harta ceremonia, funda Garay a Buenos Aires, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Está armado como para un torneo y en su coraza fulgura el sol. Dijérase un caballero andante, un Galaor, un Amadís de Gaula, mientras recorre el descampado, alrededor del árbol de justicia que acaban de erigir. De acuerdo con el rito antiguo, desnuda la espada, corta hierbas y tira unos mandobles terribles, hacia el norte, hacia el sur, hacia el este y hacia el oeste. A su vera aguardan los setenta hombres, algunos de pie y otros de hinojos, con atavíos de fiesta, y entre ellos, henchida la falda crujiente sobre la cual reposan sus manos ásperas, Ana Díaz, la única mujer.

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