En el número 97 del boletín mensual del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, correspondiente a marzo y abril de 1980, aparece una nota firmada por Félix F. Martín y Herrera, con el mismo título de esta entrada.
Como lo explicamos en otras ocasiones, aquel boletín era mecanografiado y no tenía imágenes. Sus distintos números fueron escaneados en años más recientes y publicados en la página web del Instituto. Pero nos hemos tomado el trabajo de transformar algunas notas de especial interés heráldico al formato digital, y enriquecerlas con imágenes en colores para ilustrar mejor lo que en ellas se exponía.
En el caso que hoy nos ocupa, las fotos son propias y las tomamos en una nublada mañana de mayo del año pasado. Por cierto, ¡centenares de veces habíamos pasado por allí y nunca se nos había ocurrido rodear el monumento para ver la parte de atrás! ¡Ignorábamos la existencia de ese escudo!
Transcribimos a continuación el artículo de referencia.
EL ESCUDO NACIONAL EN EL MONUMENTO A SARMIENTO
EN LA AVENIDA HOMÓNIMA
«En el magnífico monumento que Augusto Rodin esculpiera en 1900 honrando la memoria de Domingo Faustino Sarmiento, emplazado en la esquina palermitana formada por la avenida que también lo recuerda y la del Libertador, con vistas al de los Españoles y al Jardín Zoológico de nuestra urbe porteña, coronado por la estatua en bronce del prócer sobre basamento de mármol, apréciase en su parte frontal esa escultura y en la posterior un escudo nacional, todo lo cual pasamos a describir.
La figura de Sarmiento acertadamente interpretada por el artista galo, nos da una imagen pujante, reflejando el espíritu del personaje, que en su mano izquierda lleva un papel arqueado. El mérito singular del trabajo rodiniano ha sido aquilatado repetidas veces por prestigiosos escritores y críticos, lo que nos exime por cierto de entrar en su descripción minuciosa.
Vemos ahora que, labrado en el blanquísimo mármol que es materia de toda la base, en la cara anterior de esta aparece Apolo bajo su versión de mancebo desnudo, avanzando con corona de nubes, personificando al Sol que irrumpe en el universo; y a sus pies, a la izquierda del observador, surgen varias serpientes que se acerquen amenazantes con las fauces abiertas mostrando sus lenguas bífidas, conforme en todo a las gestas mitológicas apolíneas.
Finalmente, en la faz del contrafrente y tallado en el mismo albo mineral, contémplase un blasón patrio de forma ovalada y de acusada convexidad.
El escudo propiamente dicho lleva el campo totalmente cruzado por numerosas y apretadas líneas, todas horizontales, significativas como sabemos del heráldico "azur", llamando así fuertemente la atención en este ejemplar que el emblema no se halla dividido en dos cuarteles como en la inmensa mayoría de los casos, sino que luce un campo de "azur pleno", quebrantando la división ortodoxa de una mitad azul y la otra blanca o plateada.
Puesta en pal vése la vara de grosor poco usual y recortada, soportando un gorro parecido al frigio, con poca borla y de base recta, ubicado algo al oblicuo y muy en alto. Bastante próximo a la mitad imaginaria de la armería va una "Fe" heráldica, constituida por dos brazos humanos seccionados a la altura de la mitad de los antebrazos, uniendo sus manos sobre la parte media de la mencionada vara.
Como ornamentos exteriores, lleva al timbre un Sol liso o "sombra de sol", naciente, del cual surgen en tres tandas arqueadas y superpuestas, muchos grandes rayos acanalados, todos rectos, singularmente anchos de mayor a menor, unidos por segmentos lisos, desplegados en ampuloso abanico, siendo la última de las tandas rayonantes de inusitada anchura, al punto de sobrepasar los flancos del blasón.
Alrededor del escudo analizado está esculpida una airosa guirnalda cuyos ápices desaparecen entre las capas de rayos solares ya explicadas, formándola dos ramas de laurel frutado, con gruesas hojas, unidas en la punta de la composición por un gran lazo de cinta ondulante, cuyas terminales son notablemente largas y trazan a cada lado elegantes curvas, excediendo su desarrollo las líneas ideales de los flancos de la insignia.
En rigor, pese a no coincidir sino parcialmente con los escudos nacionales normalmente ortodoxos, señaladamente por darle a todo el campo heráldico el color azul, el conjunto estudiado impresiona por la fuerza que trasunta el despliegue de los rayos solares dispuestos en tres esplendentes gradaciones, las vigorosas ramas de laurel, el enérgico entrecruce de las manos y la fantástica traza de la cinta componente del lazo final, ejemplo todo ello del arte que Rodin supo insuflar a sus creaciones, con arrebato genial».
Con esta entrada recordamos un nuevo aniversario de la muerte de Sarmiento.
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