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miércoles, 8 de noviembre de 2023

«Símbolos episcopales: tambien el abandono del latín es una "moda"»

Hace unos días, el sitio La Nuova Bussola Quotidiana publicó una nota de Stefano Chiappalone titulada «Il mezzo é il messaggio - Simboli episcopali: anche l'abbandono del latino è una "moda"». El artículo fue publicado y comentado poco después por el blog Messa In Latino.

La nota está en la línea de lo que este Blog ha señalado varias veces referido a muchos de los nuevos escudos episcopales: son un lamentable signo visible de la decadencia de la Iglesia. Burdos, ajenos a la tradición católica y a las normas heráldicas, más semejantes a "logos" empresariales mediocres que a símbolos  cristianos...

Como el artículo menciona explícitamente a tres obispos argentinos, le damos un lugar en este Blog, a través de nuestra propia traducción al español. Las imágenes son las de la nota original.

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Símbolos episcopales: 
tambien el abandono del latín 
es una "moda"

Un grave error en la basílica liberiana delata la alergia a la lengua de la Iglesia, de la que ni siquiera se salvan los breves lemas de los obispos, mientras que ciertos escudos parecen más propios de una ONG. No es una cuestión de detalles, sino de decadencia cultural.

"Escudo" del cardenal Fernández

Se dice que en los detalles se esconde el diablo, pero también se esconde allí la ignorancia, oculta en la basílica romana de Santa María la Mayor, en un escalón de la nueva sede, con la inscripción: "Franciscus P.M.A.X." . El caso es que, si la «P.» significa claramente Pontifex, ese «MAX» no debe ir con puntos intercalados, ya que es una sola palabra: Maximus.

«Una minucia», dirán algunos. «Un gran problema», afirma en cambio Juan María Vian en el artículo titulado Si el error aparece en la iglesia. La decadencia del arte sacro, que apareció el pasado 21 de octubre en Domani. Para el historiador y ex director de L'Osservatore Romano, «el grotesco incidente del acrónimo P.M.A.X. se añade a la discordante ubicación del ambón, los candelabros y el trono», nuevas incorporaciones que define como «incongruentes (...) y de un nivel ciertamente no a la altura del paisaje circundante» (aunque, añadimos, hay cosas mucho peores por ahí). Una intervención sellada por esa inscripción, «más surrealista que macarónica», delata «el descuido o distracción de los encargados de la obra, verdaderamente imperdonable».

Y aquí está el punctum dolens, destacado por Vian: «Las torpes intervenciones en la basílica liberiana son la enésima manifestación de una innegable decadencia del mecenazgo artístico, pero más en general, del nivel cultural, en la Iglesia católica». Los que se encargan de obras eclesiásticas,  en particular, deberían tener al menos un conocimiento secundario de latín. Pero es innegable que la lengua latina no parece gozar de demasiadas simpatías ni de este lado ni más allá del Tíber (o incluso del Río de la Plata), en paralelo con la involución de los símbolos eclesiásticos a nivel comercial o kitsch.

Un fenómeno que se remonta al posconcilio pero que se ha intensificado especialmente en los últimos años, como lo atestigua un elemento aparentemente marginal constituido por los lemas y los escudos de obispos, abades y cardenales. Para quien no lo sepa, el lema es una frase breve y lapidaria, elegida en el momento del nombramiento, que generalmente está tomada de las Escrituras o en todo caso resume las aspiraciones espirituales de los nuevos elegidos y que aparece debajo del escudo, normalmente -al menos hasta ahora- en latín. Para ser claros: el lema de Mons. Luigi Negri fue: «Tu, fortitudo mea»; Karol Wojtyla, Joseph Ratzinger y Jorge Mario Bergoglio eligieron, en el momento de su nombramiento episcopal, respectivamente: «Totus tuus», «Cooperatores veritatis» y «Miserando atque eligendo».

Escudo de mons. Negri

Las nuevas generaciones de obispos parecen alérgicas incluso a este uso mínimo -básico- de la lengua de la Iglesia, paradójicamente maltratado precisamente en una época en la que no podemos dejar de llamarnos políglotas (pensemos en cuántas palabras extranjeras han entrado en el uso común sólo en los últimos años, desde call a lockdown, pasando por smartphone follow up). 

América Latina aparece cada vez menos latina, comenzando por el actual prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Víctor Manuel Fernández, quien, nombrado Obispo de La Plata en 2013, eligió: «En medio de tu pueblo» (ver imagen de apertura). El sucesor inmediato del Papa Francisco en Buenos Aires, Mario Aurelio Poli, nombrado Obispo de Santa Rosa en 2008, derogó el latín con: «Concédeme, Señor, un corazón que escuche». Y el actual primado argentino, Jorge Ignacio García Cuerva, ha elegido: «No apartes tu rostro del pobre». «¡Ay de mí sino evangelizo!», exclama el cardenal guatemalteco Álvaro Leonel Ramazzini Imeri (un precursor, cuyo nombramiento episcopal se remonta a  1989). Todas expresiones bíblicas o espirituales, pero ¿quién sabe si, tarde o temprano, alguien no hará también referencia al histórico eslógan: "El pueblo unido jamás será vencido"?

"Escudo" de mons. García Cuerva

No sólo Sudamérica: también Italia  está perdiendo confianza en sus raíces lingüísticas. Monseñor Francesco Manenti, Obispo de Senigallia (2015), elige: «È vicino a voi il Regno di Dio» («El Reino de Dios está cerca de vosotros)». «La gloria di Dio è l’uomo vivente» («La gloria de Dios es el hombre vivo»), es el lema de Mons. Antonio Mura, obispo de Lanusei (2019), mientras que el del obispo de Trento (2016), mons. Lauro Tisi, es: «Il Verbo si fece carne» («El Verbo se hizo carne») (¿era tan difícil decir: «Gloria Dei vivens homo» o «Verbum caro factum est»?). El italiano también se encuentra en Bruselas, con el nuevo arzobispo Luc Terlinden, cuyo lema es: «Fratelli tutti» (hay que decirlo: el lema es todo un programa). Para evitar dudas, concedemos de buena gana la excepción al cardenal Ernest Simoni: «Zemra jeme do-të triumfojë» («Mi corazón triunfará»), cuya opción por su lengua materna no se debe ni al desprecio ni a la ignorancia del latín (lengua en el que celebró Misa de memoria durante los largos años de detención), sino un comprensible homenaje a su sufrido pueblo albanés y a su historia.

Escudo de mons. Mura

Y llegamos a los escudos de armas, que la instrucción ¡posconciliar!  Ut sive sollicite de 1969 recomendaba que se diseñaran «según las reglas heráldicas» (n. 28). Tenemos que empezar de nuevo desde el cardenal Fernández, con una cruz y una paloma tan mínimas que recuerdan más a una marca comercial que a un escudo episcopal, o quizás al logo de una organización humanitaria. También un símbolo "comercial" para García Cuerva (no nos detendremos en ello: puedes verlo arriba). Volvamos a Mons. Antonio Mura, cuyo escudo representa al Buen Pastor en una versión innegablemente caricaturesca. Con el cardenal Ramazzini Imeri pasamos directamente del minimalismo al kitsch: un conjunto de fotografías decididamente torpe, que parece haber sido creado con Paint (...). Deliberadamente no invocamos  las "reglas heráldicas" recordadas por Ut sive sollicite (y, en todo caso, respetadas por la mayoría de los prelados), porque ese sentido de la fe (sensus fidei) que es  también sentido estético debería ser suficiente para comprender que algo anda mal.

Escudo del cardenal Ramazzini Imeri

Son detalles, por supuesto, pero en la civilización de la imagen el medio es (también) el mensaje: las elecciones de moda o de mal gusto se hacen pasar por pobreza o sencillez; el abandono de las formas acaba por hacer que el contenido sea confuso, de modo que el "símbolo" de una diócesis católica apenas se distingue del de una  "ONG piadosa", contra lo que Francisco también había advertido tras su elección al trono papal. Y, finalmente, la desaparición de los más mínimos restos de un depositum lingüístico, cultural y espiritual a través del cual nuestros antepasados ​​transmitieron la fe y que no es una "mera" cáscara que hay que desechar, sino que forma parte de la multifacética belleza resultante del cristianismo, que estamos muy lejos de igualar.

Tras el colapso del mundo antiguo, fueron monjes y eclesiásticos quienes recogieron sus fragmentos y los hicieron brillar con una nueva luz, convirtiendo los monasterios y las escuelas catedralicias en verdaderos centros de cultura y transmisión de conocimientos. Pensemos en lo que habría sido de la lengua latina y de la herencia clásica si ellos hubieran adoptado la misma actitud de autosuficiencia de algunos de nuestros eclesiásticos contemporáneos que consideran una cuestión de honor abandonar los llamados "adornos" y luego se encuentran siguiendo modas: ¿no es esto quizás también una forma de mundanidad?

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