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domingo, 18 de julio de 2021

«El Escudo del Uruguay»

 


Un banderín con los colores nacionales uruguayos y el escudo del Uruguay (imagen hallada en la Red), y la bandera uruguaya flameando en lo alto de un edificio porteño, entre las antenas (foto propia, junio de 2013), nos dan el marco para compartir un artículo que hallamos en la revista "Academia Heráldica" en la edición correspondiente a enero de 1908.


La nota es en realidad una carta de Fermín Carlos de Yeregui de Melis dirigida al director de la revista. Transcribimos a continuación la misiva, con la imagen del escudo uruguayo que traía el artículo, y al final una ilustración que nos mandó en febrero, desde el país vecino, un amigo argentino que vive allí desde hace varios años.

Sr. D. Julio de Lecea y Navas

Director de ACADEMIA HERÁLDICA

MADRID


Distinguido señor mío:

Los lectores de su interesante revista ACADEMIA HERÁLDICA tienen conocimiento de un proyecto de escudo para la República Oriental del Uruguay concebido por mí, y del cual tuvo usted la bondad de ocuparse.

Volvió a tener usted la gentileza de tratar de mi idea, y dice que no sabe si les enviaré algunas notas sobre el particular. ¿Cómo iba a dejar de hacerlo tratándose de una Revista de todas mis simpatías, y, además española, que es un título más, y grande, para obligarme a ello?

Van, pues, las notas al correr de la pluma para que los lectores de Academia Heráldica sepan en qué circunstancias concebí la idea de una modificación del escudo de armas de mi Patria, en forma tal, que ésta rindiera a España un elocuente tributo de amor de hija.

El escudo uruguayo fue creado por Ley de 14 de marzo de 1829, cuando la República acababa de nacer a la vida independiente. Ninguna tradición o recuerdo histórico presidió a su composición. Se adoptó la forma de un óvalo para el escudo, se le timbró con un Sol naciente y se le adornó con trofeos militares, de Marina y de Comercio. El óvalo fue dividido en cuatro cuarteles, en los que se colocaron símbolos,  cuya propiedad puede ser discutida, y que son los siguientes: en el primero, en  campo de azur, una balanza (cuyo metal no expresa la Ley) como símbolo de igualdad y justicia; en el segundo, en campo de plata, el cerro de Montevideo (que domina la ciudad y bahía); en el tercero, en campo de plata, un caballo suelto (de color no indicado en la Ley), como símbolo de libertad, y, por último, en el cuarto, en campo de azur, un buey (también sin indicación alguna).

Esta falta de precisión de la Ley dio origen a numerosos errores y a variadas formas en la representación del emblema patrio. Se imponía, pues, la determinación de un escudo tipo para evitar las fantasías de los pintores y grabadores.

 

El Senado dio un paso en este sentido, sancionando, en 16 de junio de 1873, una Ley que, si bien no determinaba el escudo tipo, pues tan sólo simplificaba el existente, equivalía a esa deseada determinación, puesto que suprimía los trofeos militares, de Marina,  etc., en los que se notaba una variedad grandísima, que se ponía más en evidencia que en los cuarteles del escudo, también muy variados.

Transcurrieron muchos años sin que esa Ley, sancionada por una de las dos ramas  del Cuerpo Legislativo, obtuviera la sanción de la Cámara de Representantes, como es de rigor, y ya parecía olvidada cuando se la sacó a luz nuevamente, con ocasión de ser aprobada la Ley de reorganización de nuestro Cuerpo Diplomático y Consular. El Poder Ejecutivo la envió con mensaje a la Cámara, pidiendo su pronta sanción.

Entonces yo, inspirándome en el intenso amor que profeso a España, la tierra de mis mayores, pensé que el Uruguay debía de aprovechar esta circunstancia para vincularse más estrechamente con la Madre Patria, rindiéndole un tributo elocuente en la modificación del escudo nacional. Sometí entonces a la consideración del Cuerpo Legislativo mi proyecto de escudo, que ha descrito usted en ACADEMIA HERÁLDICA.

Al dar los fundamentos del nuevo emblema dije que, para hacer evidente el homenaje, que yo quería provocar, había tomado como tema capital del blasón nuevo, un cuartel del cien veces glorioso escudo español: el de Castilla, y lo había completado con los emblemas necesarios para conservar los símbolos del escudo actual, dando a estas armas la forma española. Y agregaba textualmente: «Este blasón irá á decir al mundo entero que corre por nuestras venas sangre hispana, que tenemos á orgullo decir que es nuestra Madre la épica Nación de quien pudo afirmar el cantor del Dos de Mayo, que 

de su gigante gloria 

no cabe el rayo fecundo,

ni en los ámbitos del mundo, 

ni en el libro de la historia»

Mi provecto fue muy bien recibido por la opinión, y mereció grandes elogios de El Diario Español, órgano de la colectividad española de esta República.

Pero, a pesar de todo, no llegó a obtener sanción legislativa, pues la Cámara prestó su aprobación al proyecto que era grato al Poder Ejecutivo, y venia patrocinado por él.

El juicio emitido por usted respecto de esta modificación ha coincidido, en efecto, con el informe de la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara. Las razones aducidas son de gran peso, y, descartado mi proyecto-homenaje, yo mismo no puedo menos de aceptarlas, porque las considero muy fundadas, tanto que, a no haberse tratado de España, yo no hubiera propuesto ninguna modificación.

La nueva Ley fue sancionada, sin discusión alguna, en la sesión de 5 de julio de 1908, por la Cámara de Representantes, y el Poder Ejecutivo le puso el cúmplase el 12 del mismo mes. Nuestro Escudo Nacional ha quedado, en consecuencia, reducido a los cuatro cuarteles de la Ley de 1829, descritos más arriba, en un óvalo timbrado por un Sol naciente y circundado por dos ramas de olivo y de laurel, unidas en la base por un lazo azul celeste. Los trofeos militares, símbolos de comercio, etc., han sido totalmente suprimidos. Tan sólo ha sido, pues, simplificado el escudo. Ahora falta que se le represente acertadamente; pero mucho me temo que no suceda así, pues ya vamos viendo en algunas oficinas públicas flamantes escudos que a todo se sujetan menos a las Leyes de la heráldica. ¡Quiera Dios que no volvamos a los disparates gráficos de otras épocas!

Termino estas líneas, que van resultando largas, haciendo votos por la prosperidad de ACADEMIA HERÁLDICA y por la felicidad personal de usted, Sr. Director, a quien saludo con toda consideración.

A. S.

Fermín Carlos de Yeregui de Melis.


Un sencillo homenaje en la fiesta nacional del país hermano.

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