Voy a contar una pequeña anécdota personal en "dos actos", ocurrida hace casi 60 años, pero que sigue llenándome de un sencillo y tierno orgullo.
¿Y si Blanca -pensaba en mi interior- no fuera el color de la paloma sino un nombre propio? Esa pregunta me daba vueltas en la cabeza mientras mis compañeros leían. Por eso, cuando llegó mi turno, decidí hacerle caso a mi intuición y leí: "¿Ves esa paloma, Blanca?". Entonces la señorita Ángela dijo la frase que todavía resuena textual en mis oídos: "Parece que Pomar está queriendo empezar a leer bien".
El "segundo acto" ocurrió pocas semanas después. Sin aviso previo, un día fui llamado a leer en voz alta un texto... ante los alumnos de Cuarto Grado. Parece que mis condiciones de buen lector habían crecido y mi "fama" se había expandido por otros cursos y ante otras maestras. No recuerdo qué texto tuve que leer entonces; sólo conservo vagamente en mi memoria los elogios de la maestra de Cuarto Grado, que me regaló un librito (que obviamente aún conservo), con esta dedicatoria:
La maestra de Quinto Grado, toda una institución dentro del colegio al que asistí, era la señora de Pimentel. Y aquí viene el contenido heráldico de la entrada de hoy. Porque la anécdota (que por primera vez pongo por escrito) era sólo una excusa para mostrar el soberbio escudo que corresponde a un linaje de ese apellido:
Nunca tuve como maestra a la señora de Pimentel. Presumo que se jubiló antes de que llegáramos a Cuarto Grado. Pero todavía recuerdo su imponente figura y su notable peinado, muy al gusto de las señoras de los años 60 del siglo XX. Y conservo con cariño y orgullo el regalo de esa maestra que me llevó, en Primer Grado, a leer "como ejemplo a los alumnos" varios años más grandes que yo.
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