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viernes, 25 de diciembre de 2020

Escudo del Instituto y Legión de Cristo Rey

En el sitio web del Instituto Cristo Rey se narra que el 22 de diciembre de 1979 dos jóvenes seminaristas, «ya comprometidos para formar una futura “congregación religiosa”» (uno de los cuales tendrá protagonismo más abajo en esta entrada), «se unen al P. Torres-Pardo para celebrar la Santa Navidad. El 24 de diciembre la celebran el P. Fundador con sus primeros hijos espirituales, en expectación de buenas nuevas, para el Año Mariano Nacional que se avecina».  Dado que uno de los hitos de los orígenes del  Instituto Cristo Rey está de ese modo vinculado con la Navidad, nos ha parecido oportuno dedicarle a su escudo la entrada de hoy.


Digamos ante todo que «el Instituto Cristo Rey (ICR) es una sociedad religiosa, compuesta de sacerdotes y hermanos coadjutores, que, separados del mundo y mediante la profesión de los consejos evangélicos (de castidad, pobreza y obediencia), de una vida fraterna y estable en común se consagran totalmente a Dios, no buscando sino su mayor gloria, en la extensión del Reino de Jesucristo, al servicio de la Santa Madre Iglesia Católica». Su fundador es el sacerdote José Luis Torres-Pardo. El Instituto nació en la Arquidiócesis de Rosario,  con el apoyo y la aprobación de los distintos Arzobispos de esa sede.

Por su parte, «la Legión de Cristo Rey es una “asociación pública de fieles”, unida de manera indivisible al Instituto Cristo Rey, integrada por hombres y mujeres de todas las edades y estados de vida. Su finalidad es la extensión del Reino de Jesucristo entre los hombres por la santificación de sus miembros, en el estado y condición de vida al que Dios les ha llamado, y por una acción apostólica personal y organizada al servicio de la Santa Madre Iglesia».

Bajo el título «Explicación del nuevo Escudo de nuestra Familia Religiosa “Instituto y Legión de Cristo Rey”» el padre P. Jorge Piñol Sala,  Superior General del Instituto Cristo Rey -que fue uno de los dos seminaristas fundacionales mencionados en el primer párrafo- expone lo siguiente:

«La Cruz está en el centro, así como la Corona del Rey, que resalta sobre todo, de acuerdo a nuestro carisma. Expresa visualmente nuestra vocación. Cristo Crucificado y Resucitado, es el Rey que nos llama; Él es el centro y la cima de nuestra vida.

La Corona es grande, pero proporcionada a la grandeza de Quien nos salva por su Cruz. Su color es semejante al del oro.

La cruz está sobriamente estilizada, pero es reconocible como Cruz redentora, y no tanto por su valor estético o decorativo. Su forma y su color son adecuados para simbolizar la milicia cristiana. En la Cruz está el Corazón de Jesús, Fuente de todos los tesoros de gracia que nos vienen de su entrega como Rey y Salvador del mundo.

El color del borde es un cierto rojo, que se acerca a la púrpura. En la liturgia el rojo simboliza al Espíritu Santo, al Amor de Dios, a la Preciosa Sangre, así como la caridad y la sangre de los mártires; la púrpura es el color clásico de la realeza.

El azul es el color de la Inmaculada Madre de Dios, presente en todos los momentos de nuestra vida consagrada a la realeza de Su divino Hijo. El azul (como color del firmamento y del mar) también hace pensar en la universalidad del señorío de Jesucristo.

La barca de la Iglesia, que recorre el mar tempestuoso de la historia, es nuestro hogar en este destierro; en ella recibimos la Palabra y los Sacramentos del Señor, y los ejemplos de sus Santos. Desde nuestros comienzos, guiados principalmente por San Ignacio, nos hemos sentido hijos de la Madre Iglesia, que nos ha formado y nos ha enviado a dar testimonio de la Verdad. Las incontables persecuciones del mundo y las más escandalosas miserias y confusiones de los hombres de la Iglesia, no nos apartan de esta única “Arca de salvación”.

El libro de los Ejercicios Espirituales, en el otro lado, indica nuestra matriz ignaciana y nuestra preferencia por este fecundo instrumento apostólico, código perfectísimo de vida y acción». 

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