Después de una semana de elegir diseño, ensayar estilos, redactar artículos “fundacionales” y comenzar a difundir de boca en boca este blog recién nacido, corresponde contar cómo llegué hasta aquí.
Mi primer contacto con la Heráldica ocurrió cuando era un niño de nueve o diez años. Un amigo de mi familia, de apellido García, de prosapia obviamente hispánica y amante de la Heráldica, me mostró algunos escudos y me explicó la cuestión de los capelos y las borlas en los escudos episcopales. Naturalmente, no retuve lo que me enseñó entonces, pero recuerdo vivamente que fue él quien me introdujo en esta noble afición.
Años más tarde, ya en la secundaria, sabiendo de mi interés por el tema, un compañero mío me mostró en su casa un libro donde aparecían muchos escudos, entre ellos –lo recuerdo con emoción– el de mi apellido, “Pomar”. Muchos años más tarde aprendí que los escudos no son de apellidos, sino de linajes, y que ese escudo, en rigor de verdad, no me correspondía. Pero durante lustros, fue “mi” escudo.
Tengo también memoria de una nota aparecida en la revista dominical de un diario porteño (La Nación o Clarín, que eran los que compraban mis padres), en la que se hablaba de Heráldica y en la que el señor José María de Zarazaga-Berenguer (a quien nombré hace unos días) mencionaba, por ejemplo, el escudo de la Casa Militar de la Presidencia de la Nación, haciendo referencia (recuerdo con exactitud este dato y lamento no haber conservado el recorte) que en esas armas se había alterado el orden de las franjas de la bandera, poniendo la celeste en el medio y el sol sobre ella, para no violar la regla heráldica de la prohibición de “metal sobre metal” que se da en el pabellón nacional.
A mi pedido, mi familia compró en los años ’80 una enciclopedia de “Heráldica y Genealogía” en fascículos, de Ediciones Nueva Lente, de España. Nunca la hice encuadernar y me faltan sólo dos fascículos, pero hace un par de años la recuperé de la casa de mi madre y la conservo en perfecto estado y con cariño, pese a que descubro ahora sus limitaciones. En uno de los fascículos, ¡qué emoción encontrar de nuevo el escudo “de mi apellido”!
Cuando se pusieron de moda en los centros comerciales los puestitos del tipo “Imprima el escudo de su apellido”, por supuesto que mandé hacer una impresión, que hice enmarcar y que desde 1994 (ya casado) tengo colgada en la sala de mi departamento, como puede verse en la foto que encabeza esta entrada. Hoy tengo plena conciencia de que ese no es mi escudo, y me encuentro en el proceso de diseñar armas propias.
Me compré una enciclopedia de Heráldica y me regalaron otra, pero ninguna con profundo rigor científico, sólo de divulgación.
La afición por la Heráldica quedó eclipsada durante varios años por otras preocupaciones. Hace alrededor de tres años revivió el interés por la Heráldica, apoyado ahora por la facilidad que ofrece Internet. Casi desde su origen, leo a diario el Blog de Heráldica que publica desde España, con excelencia y amenidad, el Sr. José Juan Carrión Rangel, a quien debo reconocer como el verdadero inspirador –aunque él no lo sepa– de este humilde blog al servicio de la difusión de la Heráldica en la Argentina. A su sabiduría remitiré con frecuencia a mis lectores, en http://www.blogdeheraldica.blogspot.com/
Una vez más, subrayo que no soy experto en Heráldica, ni siquiera conocedor: sólo un aficionado que sigue descubriendo, día a día, las bellezas y profundidades de esta disciplina que debería ser más y mejor cultivada en nuestra tierra.
Espero que a ese objetivo sirva este espacio que está abierto, desde ya, a los aportes de quienes quieran sumarse.
En alusión a la creación de sus armas propias, puede contar con su servidor. Por otro lado la página del RIAG ofrece la posibilidad de crear y registrar armas propias. Saludo.
ResponderBorrar