La historia del escudo de Rosario, que estamos recorriendo, tiene un hito destacado en la intervención de Julio Marc en 1957, que mencionamos en las entradas anteriores.
El Boletín de la Academia Nacional de la Historia (Año XXXIV, N° XXVIII) recoge las palabras pronunciadas por Marc el 19 de junio de 1957 en ocasión de un homenaje a Belgrano y a la bandera argentina en la víspera de la inauguración del Monumento Nacional a la Bandera. Así lo relata Ricardo Levene, presidente de la institución:
Homenaje a la Bandera. Reanudación de la labor de la Academia Correspondiente en Rosario La Academia adhirió a los actos que se realizaron el 20 de junio en Rosario celebrando la inauguración del Monumento a la Bandera. En representación de la entidad viajaron a esa ciudad el Presidente de la Academia y el Académico capitán de navío Humberto F. Burzio, quienes asistieron también al acto académico de reanudación de la labor de la Academia Correspondiente en Rosario. El miércoles 19 de junio, en la sede de la Biblioteca Argentina, en Rosario, el suscripto puso en posesión de la presidencia de la Academia Correspondiente al doctor Julio Marc, y al secretario doctor Francisco Cignoli. En ese acto leí un trabajo titulado "Belgrano y la libertad económica" y el Dr. Julio Marc trató el tema "El Escudo de Armas de la Ciudad de Rosario", clausurando la sesión el secretario Dr. Cignoli con breves palabras.
Transcribimos a continuación el texto de la ponencia. Añadimos fotos propias (nunca publicadas hasta ahora) tomadas en el Palacio de Aguas Corrientes, en cuyo frente, junto con los escudos de la Nación, de la Capital Federal y de las provincias, se encuentra también (curiosamente) el escudo de Rosario.
*****
El Escudo
de Armas de la ciudad de Rosario
Por Julio
Marc
(...)
El 4 de
mayo de 1862 la Municipalidad de Rosario, reunida en consejo, da una ordenanza
creando su escudo de armas y fija a la vez, los emblemas que debe llevar.
Estos
símbolos fueron adulterados; inicia esta obra, en 1870, el mismo organismo
creador e igual hacen todas las dependencias municipales nacidas después hasta
el presente, lo que prestamente sería imitado por instituciones de todo orden y
particulares. Por cientos pueden contarse estas variantes, sea en la forma,
distribución y agregados de elementos, o en el color. La imaginación no ha
tenido límites y hay casos que el abuso llega a lo increíble, de no existir
constancias múltiples de este aserto.
Esta
anarquía motivó que se dictaran las ordenanzas números 110 y 191 en los años
1941 y 1942, respectivamente. Se nombró una comisión —jurado— integrada por el
Presidente del H. Concejo Deliberante, secretario de Gobierno de la
Municipalidad, Delegado de la Academia Nacional de la Historia, Presidente de
la filial de la misma en Rosario, Presidente de la Dirección de Cultura y
Directores de los Museos Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino” e
Histórico Provincial de la Ciudad.
Estudiados
los antecedentes, se resuelve el 6 de septiembre de 1942, rechazar los bocetos
presentados sobre el escudo. y finalmente el 16 de noviembre del mismo año, se dicta
la ordenanza N” 250, dejando sin efecto las dos anteriores y autorizando al
Presidente del Honorable Concejo Deliberante para que, asesorado por los
miembros del jurado, elija cualquiera de los modelos que se ajusten a la
ordenanza del año 62, y lo haga pintar en la escala requerida.
Esto no
se cumplió y los abusos y protestas lógicamente continuaron; en folletos,
artículos de particulares y editoriales en los diarios de la ciudad, se trató
de continuo el tema. Han pasado 95 años; menos de un lustro falta para que se
cumpla el centenario de la creación del escudo rosarino y el problema no ha
tenido solución.
Por esto,
por pedido de los señores Comisionados Municipales y amigos, Doctor Juan Espiro
de Larrechea y señor José R. Araya, al inaugurar esta nueva era de la Academia
Nacional de la Historia correspondiente en Rosario, he elegido el tema candente
y difícil: “Escudo de Armas de la Ciudad de Rosario”.
Además,
es tema de mi predilección, pues años atrás, en un estudio similar, de los
símbolos del Escudo Nacional en su significación, abusos e interpretación,
escribí el “Escudo Argentino en la Moneda”. Aplico ahora el mismo método y me
será altamente satisfactorio, si puedo aportar mi modesta colaboración en la
solución definitiva de esta cuestión, fundamental en el destino histórico de mi
ciudad natal. La Ordenanza del 62 dictada por iniciativa del Concejal don
Eudoro Carrasco, describe en su artículo 1° en detalle, los emblemas que debe
llevar el escudo. Seguramente, acompañó como era de rigor, un diseño del mismo.
Se desconoce en absoluto, no obstante las investigaciones realizadas. Fallecido
el inventor en 1881, sin dejar referencias explicativas al respecto, el asunto
se complica en los diseños distintos que surgen en las páginas 3 y 108 de los
Anales de Rosario, publicados en 1897 por Gabriel Carrasco y en su obra “Bibliografía
y Trabajos Públicos” - Pl. Única.
Lo cierto
es, que, en el Museo Histórico Provincial, existe un dibujo coloreado, de gran
nitidez que formó parte de un álbum de recuerdos de don Eudoro Carrasco,
conjuntamente con otros tres, del mismo tipo, todos de extraordinario interés,
e independientemente del escudo, el titulado: “Bajada principal al puerto del
Rosario”, fechado el 7 de enero de 1854, por referirse al emplazamiento del
Monumento a la Bandera.
Este
álbum lo tenía su nieto don Horacio Carrasco, fallecido el 31 de julio de 1944;
años después, la señora esposa del extinto, Doña Lía Pusso Carrasco de
Carrasco, gentilmente me dio la serie de dibujos referidos y otros documentos. Estimo
que en la actualidad es la fuente básica y única en la interpretación de la
ordenanza del 62 y también de inestimable valor para el estudio de algunos
elementos de nuestro blasón.
Es bien
sabido que Eudoro Carrasco, que llega a Rosario el 1° de diciembre del 53, se
destaca por su vasta ilustración y cultura, por su dinamismo emprendedor y
carácter observador. Surge ampliamente de los Anales que escribió y continuó su
hijo Gabriel, especialmente la descripción que hace de su viaje de Buenos Aires
a nuestra ciudad, de los dibujos referidos, y múltiples trabajos posteriores
hasta su lamentado fallecimiento.
Por esto
es sorprendente que nada anotara sobre el lugar y enarbolamiento de la Bandera
por Belgrano en 1812, cuando solamente habían transcurrido 41 años del magno
acontecimiento.
Juan
Álvarez anota que el villorrio con viejos, mujeres y criaturas inclusive,
escasamente excedería entonces de un millar de pobladores. Evidentemente que,
en 1853, y después, vivirían vecinos que fueron testigos oculares de los hechos
ocurridos, y muchos que jóvenes entonces, y que no comprendieron el acto en su
excepcional interés patrio, serían ilustrados por sus mayores. Por otra parte,
es ley natural que los hechos de la infancia antes de la pubertad quedan
nítidos e indelebles en la memoria, de suerte que es presumible que 40 años
después, recordaran un acto cumplido al declinar la tarde, en un día magnífico
de verano y además esencialmente militar, único y que por primera vez se
realizara en el poblado, ese memorable 27 de febrero, y que siempre despierta
por su naturaleza, profundo interés.
Es el
destino de nuestra ciudad. No tiene fundador y por lo tanto no hay acta de fundación; sin
embargo, se ha persistido en la errónea idea hasta principios de este año. En
el Museo Histórico se guardan como reliquias, las escrituras, etc., que dan la
certeza de ello.
Lo mismo
ocurre con Belgrano y la Bandera, acontecimiento sublime, que da a la urbe
destacada colocación en el historial de la patria. Ignorado por muchos años en
el país, lo saben muy bien los rosarinos que no han olvidado por visual y
tradición hecho tan singular.
Las
investigaciones históricas hoy son perfectas y asertivas, en los dos
acontecimientos enunciados, y por ello insisto en este punto. En el caso de la
bandera, el hado bienhechor es Bartolomé Mitre, figura cumbre en la historia
nacional. Al publicar su Historia de Belgrano, 1ª. edición 1858-1859, relata
por primera vez y hace conocer al pueblo argentino acontecimiento tan grande:
su descripción es precisa, clara y documental, de acuerdo con la norma rígida y
veraz que era propia del insigne historiador, escritor, poeta, militar,
político y estadista. Loor a su memoria, que la urbe no debe olvidar, pues
el símbolo más grande de la argentinidad
que nace en ella, y será como es natural el epicentro de su escudo de armas,
tiene como aval o padrino a Mitre, que escribió la vida toda del prócer, quien
desde la secretaría del Consulado en 1794, hasta su muerte en 1820, es ejemplo
de virtudes sin igual, caballero sin tacha, en fin, basamento sólido de nuestra
nacionalidad más pura.
Necesariamente,
la relación expresada provocó intenso revuelo en todos los ámbitos del país y
en particular en esta ciudad, y lógicamente incidiría en Eudoro Carrasco al
crear el escudo tres años después.
No hay
duda al respecto; lo destaca su hijo Gabriel cuando se dirige al General Mitre,
en carta de junio 12 de 1894, expresando: “permítame pues que le presente la
primera impresión auténtica que de ese escudo se hace a aquel que dio a su
autor, la idea inspiradora de su creación” y la contestación de Mitre fechada
al día siguiente.
ESTUDIO
DE LOS ELEMENTOS Y SÍMBOLOS
Por mucho
tiempo la Heráldica fue considerada como un arte y como tal consignaba leyes y
normas fijas que debían seguirse para componer un blasón. Después se la llamó “ciencia
heráldica o heroica”, y se la consideró auxiliar de la Historia; en este orden
adquiere extraordinario relieve en sus investigaciones desde la Edad Media
hasta el presente. En nuestros días los centros de estudios son múltiples y
muchos los congresos celebrados.
Precisamente,
es mi propósito analizar los símbolos o emblemas del escudo local y destacar la
íntima vinculación de ambas ciencias.
Seguramente,
Eudoro Carrasco no conocía las reglas que imperan en el blasón y, sin embargo,
los elementos que utilizó son perfectos, de profundo idealismo y realidad que
dan a su obra extraordinario valor histórico y heráldico. Rindo estricta
justicia a su creador, cuya inspiración fue sublime, más si se tiene presente
los momentos históricos que ha pasado y vive el país, antes y durante el
período de la Organización y Unión Nacional, felizmente cumplida en el año en
que se crea el escudo.
No
implica lo anterior que a los 95 años corridos de esa etapa y más si se valora
las múltiples variantes y agregados que se le han hecho, no deba ser modificado
respetando en lo posible sus emblemas primitivos y hacerle aditamentos o
supresiones, cuanto más si en adelante será el Escudo de Armas de la Ciudad.
La
Municipalidad, su órgano representativo, tiene un derecho indiscutible a ello.
El blasón de la Ciudad de Buenos Aires fue modificado cuatro veces desde su
fundación e igual ocurrió con el de Santa Fe; norma que ha sido y que es
general en el mundo. El nuestro, con algunas modificaciones y agregados,
tendría una justeza perfecta ante la heráldica y una belleza inigualable en la
materia.
FORMA
Si bien
la ciencia heroica no ha preceptuado una forma determinada y, por el contrario,
son muchas las adoptadas en los escudos nobiliarios, la usual es la redonda —llamada
rodela-— y más la oval. Por ejemplo, en la Real Armería de Madrid, que es por
su valor histórico y artístico de importancia excepcional, se encuentran ambos
tipos. En nuestros días, la ovoide predomina en la mayoría de los estados y
ciudades. Es la adoptada en el escudo argentino, en la mayoría de los escudos
provinciales y ciudades nuestras. Se habla de la forma elíptica que difiere de
la oval en detalles y que explico en las probanzas que acompaño. Impera en
muchas de las Juras Reales, medallas que proclamaban a los Reyes de España al
subir al trono, desde el reinado de Felipe V, y en los escudos militares
durante la guerra de la Independencia y después.
Es
curioso que el Art. 1° de la Ordenanza nada expresa al respecto, siendo
fundamental en tanto, que el Art. 3° de la misma, al referirse al sello para
lacre, fija que su forma debe ser ovoide. Asimismo, las notas municipales de
1860-61, el timbre en seco que llevan es un óvalo horizontal. Ciertamente los
conoció Carrasco por cuanto tomó de ellos algunos atributos: barrancas y
batería, río y barco.
La
Armería consigna como básico que los emblemas deben ser perfectamente
definidos, lo que es abiertamente negativo
en el presente caso, cuya forma rara dada por el autor es inexplicable y
desconocida en dicha ciencia.
Corresponde:
la ovalada, símbolo del poder.
CAMPO
En
Heráldica, se denomina con dicho término al mismo escudo, es decir, a la
superficie contenida dentro del óvalo en nuestro caso o en la rodela, si es
redondo. La ley preceptúa que el campo puede ser cortado y partido. Si es el
primero, se lo divide por línea horizontal en mitad (latitud), por ejemplo, el
Escudo Nacional.
Cuando es
partido, es por línea vertical, en dos partes también iguales y que es a la vez
la longitud. Se la llama Jefe dividido en tres partes iguales: superior,
central (corazón o abismo) e inferior (punta), siempre referidos a dicha línea.
A los lados de esta figuración y con la misma característica “cantones o
flancos”: diestra (derecha) o siniestra (izquierda) del que mira al escudo. En
el argentino, el Jefe está perfectamente definido por la pica que sostiene en
lo alto el gorro frigio, símbolo de la libertad.
Estimo
necesaria esta discriminación por su especial interés en este estudio, pues
fija matemáticamente la colocación de los elementos que tiene que llevar el
escudo de armas de la ciudad.
Eudoro
Carrasco, desconoció estas reglas o principios y por ello su error fue aún
mayor. Dividió el campo en tres partes desiguales, contrariando la ley del
blasón. La ciencia heroica admite excepcionalmente estas divisiones que en
algunos casos llegan a seis o más. Su nombre es: “faja”, y es la zona
comprendida entre dos líneas horizontales colocadas en medio del escudo,
ocupando una tercera parte del mismo. Por esto, el escudo existente en este
orden es anormal y debe ser modificado conforme a lo expuesto: el campo tiene
que ser dividido en dos partes exactamente iguales.
ATRIBUTOS:
Art. 1° de la Ordenanza citada.
En primer
término, un ancla, arado del país, una gavilla de trigo, frutos e instrumentos
de labranza; batería y bandera; a la izquierda
río y buques: en lontananza islas; Sol naciente en la parte superior; color
verde letrero y orla de oro.
Ancla:
Magnífica concepción. Navegación marítima y fluvial. Puerto. Significa en
heráldica: riqueza, trabajo, prosperidad. etc.
Declarada
ciudad en el 52, le ha bastado una década para que Rosario cumpliera el augurio
feliz de Sarmiento enunciado en la famosa carta dirigida a sus habitantes el 1”
de enero de 1852, que es, a la vez, el primer impreso que se edita en la urbe.
La
situación del puerto, sobre la curva del río Paraná, privilegiado para el
comercio interno y externo, centro radial del transporte con el interior de las
provincias que mandaban y embarcaban, y lo hacen actualmente, sus variados
productos, mereció bien pronto en lo económico, el ajustado apodo de la Chicago
argentina.
De los
otros elementos, el mayor de ellos, la gavilla de trigo, es pan, y como tal,
humanidad y amor y a la vez factor positivo para eliminar el hambre que perdura
en el mundo debido al egoísmo y mal entendimiento de los hombres, que ha sido
imposible evitar en el recorrido de las edades.
Completando
el concepto de la ordenanza “frutos e instrumentos de labranza” a los
referidos, el arado del país y una hoz que lleva el dibujo original, le
agregaría dos o tres espigas de maíz. Hay que destacar que la agricultura fue
siempre primordial en el departamento y su gran zona de influencia económica;
la gavilla de trigo y el maíz y el ancla, la colocaría en primer plano con los
otros dos en distribución adecuada dentro de lo limitado del campo.
El
Sembrador, bajorrelieve en nuestras barrancas, rememora los grandes embarques
de trigo en 1878. El Rosario llegó a ser en 1925 el primer puerto del mundo en
la exportación de cereales. Centenares de barcos venían en busca de la riqueza
que atesoraba la zona del litoral y central del país hasta el año 43, en que se
inicia una sensible declinación llegando a su postración actual, debido a la
falta de comprensión y mala política comercial del gobierno anterior.
Cuántas
veces he pensado y pienso en la grandeza de los Carrasco: el padre, que
vaticinaba con los símbolos del escudo el futuro de la urbe, el hijo, que
contempla feliz su cumplimiento y colabora en su estupendo engrandecimiento.
Por ello, la dirección del Museo Histórico Provincial, honrándose, le dio
preferente entrada a las salas del instituto con sus libros, múltiples
recuerdos personales, para que todos los rosarinos recuerden y reverencien ante
sus efigies a dos de los pioneros más grandes que tuvo la ciudad en la segunda
mitad del siglo pasado.
BATERÍA Y
BANDERA
El tema
como los anteriores es de interpretación excepcional. Refiere en síntesis la
consagración del lábaro sagrado, inmortal para todos los argentinos y para los
mismos extranjeros, bajo cuya égida vinieron al país formando sus hogares, se
adaptaron a las modalidades de los nativos y en sus descendientes viven la
realidad de la vida, añorando el terruño en que nacieron y al que no piensan
volver, por no dejar el hogar feliz que aquí formaron. Es solamente un recuerdo
que cada día se esfuma ante la tranquilidad y felicidad del presente.
De
acuerdo a las investigaciones históricas, la batería es la Libertad, que no
estaba terminada el 27 de febrero del año 12. Debe eliminarse el tipo de
fortaleza medieval, que presenta con troneras muy marcadas; acondicionarla a la
época y que aparezcan las bocas de tres cañones de conformidad a los datos que
se tienen. Son, como se ve, detalles que no rozan su estructura: barranca,
ladrillos (adobes) y lapacho, que se usaron en el bastión como era lógico y
natural.
El brazo
colosal que sostiene la bandera, la ordenanza lo explica así: “esta ciudad bajo
el amparo del poderoso brazo del ilustre Gral. Belgrano” es, con certeza,
expresión del inventor.
Ahora
bien, el brazo desnudo es el que corresponde. Debe ser encarnado —carnado— y
moviente en posición de abajo hacia arriba. En heráldica: fuerza levanta con la
mano encajada: fe, un asta que sostiene la bandera celeste y blanca desplegada
hacia el centro del escudo. Como se ve, la idea es perfecta, diría admirable.
La única
cuestión que surge es la referente al color azul o celeste de las fajas de la
insignia. En mi estudio citado, traté extensamente esa cuestión y a él me
refiero. En resumen dije: las
divergencias en las opiniones vertidas son múltiples: Mitre, Clemente L.
Fregeiro, Zeballos, etc., se pronuncian por el celeste, en tanto que el General
Espejo y Mariano A. Pelliza por el azul. Los fundamentos que dan los primeros
se ajustan a nuestras mejores tradiciones y no contradicen los principios
básicos de la armonía, referente a los cuatro colores naturales, pues el azul,
que en metales se representa por acero, abarca el zafiro en sus diversos
matices: turquí, zafírico, azul celeste y celeste.
Advierto
que en la ordenanza se emplea la palabra azul y en el dibujo original es al que
nosotros llamamos celeste a poco que se cotejen varias banderas históricas
argentinas. Por consiguiente, creo que no ha habido error en la idea, si no en
la palabra usada: el color en realidad es el celeste.
ESMALTES
o COLORES DEL ESCUDO
Pido
excusas, pero es indispensable otra digresión:
La
generalidad de los autores de heráldica admiten cuatro colores o esmaltes: Rojo
- gules; Azul - azur; Verde - sínople y Negro - sable. Algunos le agregan: el
morado - púrpura; el color de carne - carnación. En Inglaterra, el leonado,
naranjado y el sanguíneo, etc.
En
metales: oro y plata.
Al
principio, cuando se pintaban los escudos en pergaminos, madera, tela, etc. no hubo
inconvenientes, pero éstos surgieron después de aparecer la imprenta a mediados
del siglo XV y por mucho tiempo en ediciones de libros. Grabados, etc. La
solución la dio el jesuita italiano Padre Silvestre Petrasanta en su obra “Terreras
Gentilitise ex legibus Fecialium descriptas”, editada en Roma en el año 1638.
La
Ciencia del Blasón aceptó de inmediato la fórmula y asimismo las artes
gráficas. Es la siguiente: Rojo (gules), largamente va desde el Jefe hasta la
base. Azul (azur) por líneas paralelas en faja —rayado horizontal— que va de un
flanco al otro del escudo. Verde (sínople) en líneas paralelas en faja —rayado—
que va en diagonal de la parte diestra alta del escudo a la parte siniestra
baja. Negro (sable), cruzado de líneas paralelas en las dos direcciones
perpendicular y horizontal.
Por
consiguiente, cuando se lo expresa en piedra, bronce, o cualquier metal, que es
muy usual, se deben seguir estas ordenaciones.
OTRO
ELEMENTO
Nuestro
Paraná a la izquierda, surcado por buques, a vapor y de vela. No hay
dificultad; pues el espacio que queda entre la batería e islas es muy limitado
y el propósito evidente y justo del creador fue vincular los medios de
navegación del pasado y el presente.
En
lontananza islas, no hay dudas al respecto. Dos, de acuerdo a los mapas
fluviales de mitad del siglo XIX y diseños coloreados del autor.
SOL
Sol
naciente en la parte superior. Es el nudo gordiano de nuestro escudo. La
ordenanza del 62 y los diseños, contradicen los principios básicos del código
heroico.
En
realidad. el óvalo del escudo se divide por mitad en dos campos, conforme a lo
anteriormente expuesto. Por ejemplo: en el nacional, la parte superior es de
color azul-celeste, la inferior: blanca. La primera significa: justicia,
perseverancia, nobleza, sacrificio y lealtad. La parte blanca, corresponde a la
plata —argen—, es lisa y uniforme: pureza, verdad e integridad.
Ahora
bien: si dividimos el escudo de Rosario por la mitad. prescindiendo de las tres
fajas, están perfectamente delimitados los dos campos, pero el inferior, blanco,
ha tenido que ceder o eliminarse para distribuir varios atributos que dan
precisamente gran jerarquía al escudo local. Por lo expuesto. la parte superior
concorde con el nacional tiene que tener fondo celeste si es pintado, y si lo
es en bronce, piedra. etc., se lo expresa por rayas paralelas muy juntas que
van de diestra a siniestra, respetando los principios referidos.
El Sol es
naciente, y tiene que ser así. En mi estudio citado traté ampliamente este
tema. En la ciencia del blasón el astro es pintado generalmente en círculo
perfecto y en el medio dos ojos, nariz y boca, rodeado de 16 rayos: se lo llama
naciente o poniente según se mueva de la parte derecha o izquierda del jefe, y
sombra del Sol cuando es de color o se diseña sin rasgos de la faz. Colocado el símbolo en la
parte superior y céntrica del escudo, en el campo - faja superior, técnicamente
no entra en esta clasificación.
Ángel
Carranza arguye: por ser naciente, se ve que la cara del Inca, que forma el
foco, sólo descubre los ojos y una parte de la nariz, sin que ello impida que
sus rayos se hallen pintados siempre como lenguas o espadas flamígeras.
Admitida
esta figuración, que es la común y real, ya que de no tener rasgos seria sombra
de sol, lo que es absurdo; es evidente que la imagen debe ser dibujada por
mitad.
La regla
de la heráldica europea presenta el signo íntegro con 16 rayos, en tanto que la
Americana lleva 32. Por ejemplo: en la moneda del año 1813, reverso, en oro y
plata, que es la primera labración argentina, de acuñación potosina marca el
tipo. Por lo tanto, es la numismática en este caso, que da la solución; se
ignora el origen de esta innovación, sea obra del gobierno que realizó el
diseño, que es lo más seguro, u ocurrencia del Jefe de Talla don Pedro
Benavides, descendiente de los Incas, quien tuvo a su cargo el grabado y
labración de las piezas, aparecen 32 rayos, 16 rectos, o ligeramente ondeantes,
tipo clásico del astro pleno, alternando con un número igual de lenguas o
espadas flamígeras, del sol incaico. Es indudable que surge así una amalgama
perfecta y la imagen gana en esplendor.
Colocar
el Sol en la parte superior, dentro del campo, es inadmisible, porque, conforme
a las normas heráldicas y en armonía con los otros emblemas, siendo el astro
naciente (16 rayos) surge en la línea del horizonte, de las islas y rio,
iluminando con la potencialidad creciente de sus rayos el viejo azur, que es
gloria. En esta forma se ajusta el ideal del inventor que augura la grandeza
futura de la Ciudad.
En
definitiva, tenemos un conjunto único de significaciones: por el astro rey,
poderío, gloria, vida, unidad, verdad, abundancia, riqueza, etc. y símbolo de
liberalidad y benevolencia; por el azul: justicia, serenidad y lealtad.
Por
interesante y coincidente con este tema, cito la medalla conmemorativa de las
Invasiones Inglesas (1806/1807) en la que vemos: el Sol surge en un paisaje
montañoso alumbrando casas, árboles y un río con dos barquichuelos.
Finalmente,
es indispensable suprimir: a) en la bandera, la fecha “27 de febrero de 1812”
que llevan los diseños estudiados, aunque nada diga la ordenanza; b) no
colocarle a la misma el Sol, porque este emblema es de creación posterior; c)
el letrero “Municipalidad del Rosario”, entiendo que no hay razón que lo
justifique y dañaría la concepción total.
El fondo
verde-sínople, símbolo de las llanuras, nuestra Pampa, expresión de riqueza y
esperanza de un futuro promisor, símbolo también de libertad, fe y amistad, es
aceptable. en la parte inferior, en armonía con los otros elementos que llevan
sus colores heráldicos naturales: oro, el Sol; islas. en el citado color
sínople; azur, su río; gules, la batería; celeste, el cielo; doradas las mieses
y tono gris acerado, los implementos agrícolas.
La
ordenanza del 62 termina el Art. 1° así: “orlado de una faja de oro”. Estos dos
términos “orlado” y “faja”, no se ajustan a las leyes heráldicas, ni en su
significación, colocación, ni en sus colores, variantes en el original y en los
dos presentados en las obras citadas por Gabriel Carrasco. Es una fantasía que
debe suprimirse. En su lugar, el único agregado que haría, por justo y digno,
es circundar el óvalo con una corona sínople hecha de dos ramas: una de laurel
y la otra de oliva, atadas en moño con las cintas celeste y blanco, de la
Bandera de la Patria Inmortal.
Señores:
Con la
gentil colaboración del señor Académico, Ingeniero Arquitecto, don Ángel Guido,
me permito presentar un dibujo en colores, que, conforme a lo expuesto,
entiendo debe ser el escudo de armas de la Ciudad del Rosario, único, sin
distinción en el tamaño y sin supresión de cualquiera de sus emblemas, con el
aditamento que estudio como parte final de esta exposición.
Corona de
laureles y oliva.
Defiendo
esta tesis. A los 105 años de declaratoria de ciudad, Rosario, por su historial
magnífico, merece ambos símbolos.
El
laurel, que es triunfo, gloria, eternidad, victoria, no lo es solamente en el
orden militar, sino en lo económico, cultural, etc. Contadas son las ciudades
argentinas que detentan tantos títulos como ésta, pero nunca mayores. Su origen
es humilde y esencialmente democrático: una estancia, un poblado en el centro
del llamado “pago de los Arroyos”, un villorrio conocido como “Capilla del
Rosario”, hasta que 134 años después se le otorga el de “Villa”, con el aditamento
pomposo de “ilustre y fiel”.
En
verdad, no hubo fiestas, autoridades, mariscales de campo, ni acta de
nacimiento, pero sí tuvo el privilegio único, de tener una madrina celestial,
Nuestra Señora del Rosario, nuestra Virgencita, que fue su protectora, y por
ello desde su iniciación hasta hoy es venerada por los rosarinos.
Sin
embargo, ese poblado había sido, en el siglo XVIII, el principal baluarte de
civilización contra los ataques y malones del indio. Desde antes de la
Revolución de Mayo interviene en forma eficiente en la formación de la Nación.
Nuestro prócer, el Dr. Vicente Anastasio Echeverría, inicia en el orden
nacional su prodigiosa carrera; en 1806, interviene en la defensa de Buenos
Aires contra los ingleses; en el Cabildo abierto, el 22 de mayo de 1810.
Ferviente patriota y revolucionario, los primeros gobiernos le encomiendan
diversos cargos que cumplió con probidad, sapiencia y honor. Con su íntimo
amigo Belgrano, en misión diplomática, negocia con el Paraguay el Tratado de
1811; tres años después recibe del jefe español la llave de la Ciudadela de
Montevideo; fomenta la marina naciente de guerra, armando en corso la corbeta
Halcón y en el año 17 la fragata “Argentina” que al mando de un hijo de
Francia, Hipólito Bouchard, recorre los mares enarbolando y haciendo conocer la
Bandera Argentina que nació, como él, en la Capilla del Rosario de los Arroyos.
Figura cumbre bajo todos los aspectos que se le estudie, incansable, continúa
prestando servicios a la patria hasta su fallecimiento ocurrido a la edad de 89
años.
Volvamos
al año 10. En el mes de septiembre el contingente rosarino a las órdenes de
Pedro Moreno y Gregorio Cardoso, la décima parte de la población del villorrio
se incorpora a la expedición de Belgrano que va al Paraguay. fue centro
defensivo contra los ataques y depredaciones de los españoles que desde
Montevideo llegaban por el Paraná. Por esta razón, vino Belgrano en febrero del
año 12; días después. el 23, consagra la
escarapela nacional y el 27 enarbola la sagrada insignia, símbolo de
independencia y libertad. Rosario es su cuna y esta vez se cumple el usual
ritual hispano americano, que por larga tradición perdura hasta el presente.
Evoco con
intensa emoción aquella escena trascendental. Una batería inconclusa, que el
río acaricia con su oleaje; de fondo, una modesta capillita de paja y barro:
esplendoroso día de verano ese atardecer del 27 de febrero, con un cielo
límpido de azur y nubes de plata, y un sol poniente cuyos rayos de oro
iluminando el paisaje; están formadas las tropas; el poblado en masa ha
concurrido al acto. Aparece el Coronel Belgrano, despliega la enseña que por su
inspiración confeccionó la benemérita matrona Doña María Catalina Echevarría de
Vidal; de inmediato es bendecida por un ilustre prelado, el Dr. Julián Navarro,
y es izada por el abanderado, Cosme Maciel, que después prestaría grandes
servicios a la Provincia. Fervorosos aplausos, salvas de artillería y arenga
del creador y Jefe. Así nació la Patria Abanderada.
Han
transcurrido más de 145 años del fausto acontecimiento y lo único que queda
inmutable es el sitio, el sol y el maravilloso río de leyendas, con fragancia
de selva misionera que nos comunica por el océano con todas las naciones de la
tierra.
Mañana
celebraremos un acto similar de extraordinario lucimiento, pero el escenario ha
variado fundamentalmente; desaparecieron la batería “Libertad” y la de la isla “Independencia”;
no se ve la Capillita, ni el panorama amplio y libre del rio, ni se vislumbra
la pampa. Así lo ha querido el destino. pero, en cambio, en el mismo lugar se
inaugura un magnífico monumento a la Bandera, de proporciones gigantescas y líneas
majestuosas, que es, en su género y en mi sentir, uno de los más bellos del
orbe y lo afirmo por haber conocido la mayoría de ellos, en mis viajes por el
mundo.
De
aquellos días, imposible es no recordar algunos nombres: Pedro Tuella y
Monpesar, de origen hispano, primer historiógrafo de la pequeña aldea y
destacado contribuyente para la construcción de las baterías, conjuntamente con
José Tiburcio Benegas, el cura Navarro, los Grandoli. el Coronel Ingeniero Ángel
Monasterio, director de los trabajos, Manuel Vidal, alcalde, etc.
En el año
13, San Martín y sus famosos granaderos en San Lorenzo, con la participación,
antes y durante el combate, de Celedonio Escalada y sus milicias rosarinas;
otra vez el cura Navarro, elogiado por San Martín en el conocido parte militar
y que años después, con el título de Capellán del Ejército de los Andes,
acompaña al prócer máximo de la argentinidad en la campaña que libera a Chile.
Antes y
después del año 20, Rosario es centro de las guerras civiles que sostienen
Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe contra Buenos Aires: injusto y repudiable
incendio del pueblecito, a fines de enero de 1819. Belgrano nuevamente aquí
ratifica en San Lorenzo, el 11 de abril de dicho año, el armisticio pactado una
semana antes, por el cual Viamonte y sus tropas se retiran al sur del Arroyo
del Medio y los auxiliares de López y orientales al norte del Salado. La
batalla de Gamonal que da la autonomía a Santa Fe —1820—. Al promediar el siglo
pasado, el 25 de diciembre del 51, la Villa se pronuncia contra Rosas y
acompaña a Urquiza en la campaña que emprende contra el tirano. Su autor es el
Teniente Coronel José Agustín Fernández, Comandante en Jefe de la división del
Departamento, secundado por Dámaso Centeno, los Rodríguez, Lara, Corvalán,
Zeballos y otros, intervinientes en la batalla de Caseros.
La
Confederación Argentina: la declaratoria de Ciudad. 5 de agosto del 52, pedida
al Gobernador Crespo por Urquiza. a quien debe Rosario el apoyo incondicional,
sobre todo en el orden económico. El ilustre entrerriano es también nuestro,
como lo son San Martín y Belgrano, porque nacido en otras tierras, los actos
iniciales o más trascendentales en su historial han tenido por centro esta
urbe.
En la
primera década de vida como Ciudad, múltiples son los hechos que recuerdan
nombres ilustres. El Brigadier General Virasoro, segundo de Urquiza en Caseros
y Primer Jefe Político de la urbe. Marcelino Bayo, Pascual Rosas, Federico de
la Barra, director de “La Confederación”; José María Cullen, etc. Doña Laureana
Correa de Benegas, que juntamente con otras dignísimas matronas fundan la Sociedad
de Beneficencia en 1854, y que por un siglo cumplió un brillante recorrido de
bien social; mis mejores augurios por un feliz renacimiento respecto de sus
legítimos derechos y meritorios servicios. Don Nicasio Oroño, tan nuestro por
su tesonera acción pro-Rosario, al igual que el Dr. Marcelino Freyre, llegado
en 1847, convencional en 1860, quien prestó en todo orden eminentes servicios y
entre cuyos descendientes de grandes valores cito uno: Luis Lamas, gran
Intendente (1898), hijo dilecto de la ciudad, por ello y por su obra útil
posterior de muchos años.
En 1863,
el F.C.C.A., la obra más ponderable de Mitre, según Alberdi y Vélez Sarsfield,
celebra la inauguración de sus trabajos; era el 19 de abril y en nombre del
Gobierno de Santa Fe, expresa José M. Zuviría: “Si de hoy en adelante, ha de
ser Rosario el corazón de la República, preciso es que… por esos rieles,
debidos sólo al imperio de la libertad y de las instituciones, transmita el
fuego sagrado de un patriotismo sincero. Rosario, hoy más que nunca debe ser
eminentemente nacional”.
En esa
intensa lucha de pasiones que desencadena la guerra civil, para llegar al fin
de la organización definitiva del país, la ciudad soporta como antes, con
estoicismo, todas sus consecuencias. Con justicia, y como timbre de honor, se
ha dicho: “Rosario yunque”, porque, en verdad, con la sangre de sus hijos y
pérdidas económicas cuantiosas se forjó felizmente la paz y el futuro
engrandecimiento de la República.
Finalmente,
dos años después, Guerra de la Triple Alianza para abatir la dictadura
paraguaya de Francisco Solano López, no contra la República hermana, subyugada
desde 1811 por gobiernos de fuerza. La ciudad contribuye con dos batallones, el
santafesino y el Regimiento Rosario (fusión de los conocidos antes como
Libertad y General Paz en 1866). Son sus jefes los coroneles José M” Avalos y José
Ramón Esquivel y muchos son los héroes que se destacan en la contienda. Además,
fue centro básico de operaciones, embarque de tropas, material bélico,
abastecimiento, etc. y dador de la sangre de sus hijos, como lo clama esa
Bandera santa con la derramada por el Abanderado Grandoli, que envuelto en sus
pliegues cae en Curupaytí a los 16 años, incitando una vez más a la juventud
argentina en el cumplimiento del deber sagrado: morir por la Patria y su
Bandera.
Estoy
cierto que si el ilustre poeta Rubén Darío, hubiera sido nuestro, su numen
inspirador habría tomado estos hechos
para escribir su canción inmortal “La Marcha Triunfal”, como inmortal es
el “Canto al Rosario” de mi inolvidable amigo en el recuerdo, que amó con
pasión a su ciudad: Emilio Ortiz Grognet.
Económicamente,
con Buenos Aires, da la nota sobresaliente de su acción preponderante en éste y
otros órdenes de la vida nacional. Me detengo en 1870, no obstante ser los
Anales de la urbe de extraordinario valor en los últimos 87 años. Rosario,
crisol de razas, ha dado a la patria una legión inmensa de mujeres y hombres
que, en eficaz y tesonera labor en la órbita internacional, nacional y
provincial y también local, merecen la gratitud y homenaje de la ciudad.
Por lo
expuesto, formulo un reparo a las manifestaciones hechas en 1873 por el Dr.
Nicolás Avellaneda: “Rosario no tiene tradiciones ni pasado”; por el contrario,
su historial de glorias y de sangre derramada generosamente por sus hijos para
conservar aquéllas en bien de la Patria, es inmensa.
En lo
económico, dice una profunda verdad: la ciudad, comercial, industrial, etc.,
obra de su propio impulso “nació ayer con la Constitución de 1853 y es
históricamente la más genuina de sus obras” y agrega “la voz que meció su
despertar, es la que recorre todavía el mundo, llamando en nuestro nombre y a
nuestro suelo, a los hombres todos que quieran hacerlo”. Magnífico y justo
juicio para la urbe: hija dilecta de nuestra Magna Carta cuya liberalidad y
articulado económico nos dio extraordinaria vitalidad.
Sarmiento y Avellaneda, dos presidentes argentinos de máxima jerarquía y de relieve sobresaliente en lo cultural, vaticinaron en el transcurso de dos décadas, el futuro espléndido de la gran ciudad de hoy.
Señoras,
Señores:
Circundar
una parte del óvalo, derecha, con la rama de laurel, es premio justo, que deben
otorgarle las generaciones del presente a tan magnífica trayectoria. La rama de
olivo, izquierda, que es paz, unión, amistad, orden, confraternidad, etc. es un
canto al trabajo, esencialmente humano que ignora la guerra y la discordia,
porque únicamente en la paz y en la
unión, el hombre adquiere la plenitud de su perfeccionamiento material,
moral y cultural.
El moño con cinta celeste y blanca, que trasunta la gloriosa enseña que nació en ella, engrandecen al infinito el premio y afirmo que es a los rosarinos nativos, sus hijos adoptivos y extranjeros que trabajan con fe y amor por ella, por ser todos herederos y beneficiarios de tantas glorias, lo que debemos otorgarlo, honrándonos. Tengo la certeza de que no habrá discrepancia al respecto y así el escudo de armas de la urbe con la corona simple de gloria inmortal, de paz y trabajo, será en el futuro y eternamente perfecto y hermoso, que en la pintura, en la piedra o en el bronce, será único por el significado y justeza de los emblemas y símbolos que formen de acuerdo con los Anales de la Ciudad.
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