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jueves, 19 de diciembre de 2024

Escudo de Rosario (Santa Fe) (3 de 4): La intervención de Julio Marc en 1957

La historia del escudo de Rosario, que estamos recorriendo, tiene un hito destacado en la intervención de Julio Marc en 1957, que mencionamos en las entradas anteriores.

El Boletín de la Academia Nacional de la Historia (Año XXXIV, N° XXVIII) recoge las palabras pronunciadas por Marc el 19 de junio de 1957 en ocasión de un homenaje a Belgrano y a la bandera argentina en la víspera de la inauguración del Monumento Nacional a la Bandera. Así lo relata Ricardo Levene, presidente de la institución:

Homenaje a la Bandera. Reanudación de la labor de la Academia Correspondiente en Rosario La Academia adhirió a los actos que se realizaron el 20 de junio en Rosario celebrando la inauguración del Monumento a la Bandera. En representación de la entidad viajaron a esa ciudad el Presidente de la Academia y el Académico capitán de navío Humberto F. Burzio, quienes asistieron también al acto académico de reanudación de la labor de la Academia Correspondiente en Rosario. El miércoles 19 de junio, en la sede de la Biblioteca Argentina, en Rosario, el suscripto puso en posesión de la presidencia de la Academia Correspondiente al doctor Julio Marc, y al secretario doctor Francisco Cignoli. En ese acto leí un trabajo titulado "Belgrano y la libertad económica" y el Dr. Julio Marc trató el tema "El Escudo de Armas de la Ciudad de Rosario", clausurando la sesión el secretario Dr. Cignoli con breves palabras.


Transcribimos a continuación el texto de la ponencia. Añadimos fotos propias (nunca publicadas hasta ahora) tomadas en  el Palacio de Aguas Corrientes, en cuyo frente, junto con los escudos de la Nación, de la Capital Federal y de las provincias, se encuentra también (curiosamente) el escudo de Rosario.


*****


El Escudo de Armas de la ciudad de Rosario

Por Julio Marc

(...) 

El 4 de mayo de 1862 la Municipalidad de Rosario, reunida en consejo, da una ordenanza creando su escudo de armas y fija a la vez, los emblemas que debe llevar.

Estos símbolos fueron adulterados; inicia esta obra, en 1870, el mismo organismo creador e igual hacen todas las dependencias municipales nacidas después hasta el presente, lo que prestamente sería imitado por instituciones de todo orden y particulares. Por cientos pueden contarse estas variantes, sea en la forma, distribución y agregados de elementos, o en el color. La imaginación no ha tenido límites y hay casos que el abuso llega a lo increíble, de no existir constancias múltiples de este aserto.

Esta anarquía motivó que se dictaran las ordenanzas números 110 y 191 en los años 1941 y 1942, respectivamente. Se nombró una comisión —jurado— integrada por el Presidente del H. Concejo Deliberante, secretario de Gobierno de la Municipalidad, Delegado de la Academia Nacional de la Historia, Presidente de la filial de la misma en Rosario, Presidente de la Dirección de Cultura y Directores de los Museos Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino” e Histórico Provincial de la Ciudad.

Estudiados los antecedentes, se resuelve el 6 de septiembre de 1942, rechazar los bocetos presentados sobre el escudo. y finalmente el 16 de noviembre del mismo año, se dicta la ordenanza N” 250, dejando sin efecto las dos anteriores y autorizando al Presidente del Honorable Concejo Deliberante para que, asesorado por los miembros del jurado, elija cualquiera de los modelos que se ajusten a la ordenanza del año 62, y lo haga pintar en la escala requerida.

Esto no se cumplió y los abusos y protestas lógicamente continuaron; en folletos, artículos de particulares y editoriales en los diarios de la ciudad, se trató de continuo el tema. Han pasado 95 años; menos de un lustro falta para que se cumpla el centenario de la creación del escudo rosarino y el problema no ha tenido solución.

Por esto, por pedido de los señores Comisionados Municipales y amigos, Doctor Juan Espiro de Larrechea y señor José R. Araya, al inaugurar esta nueva era de la Academia Nacional de la Historia correspondiente en Rosario, he elegido el tema candente y difícil: “Escudo de Armas de la Ciudad de Rosario”.

Además, es tema de mi predilección, pues años atrás, en un estudio similar, de los símbolos del Escudo Nacional en su significación, abusos e interpretación, escribí el “Escudo Argentino en la Moneda”. Aplico ahora el mismo método y me será altamente satisfactorio, si puedo aportar mi modesta colaboración en la solución definitiva de esta cuestión, fundamental en el destino histórico de mi ciudad natal. La Ordenanza del 62 dictada por iniciativa del Concejal don Eudoro Carrasco, describe en su artículo 1° en detalle, los emblemas que debe llevar el escudo. Seguramente, acompañó como era de rigor, un diseño del mismo. Se desconoce en absoluto, no obstante las investigaciones realizadas. Fallecido el inventor en 1881, sin dejar referencias explicativas al respecto, el asunto se complica en los diseños distintos que surgen en las páginas 3 y 108 de los Anales de Rosario, publicados en 1897 por Gabriel Carrasco y en su obra “Bibliografía y Trabajos Públicos” - Pl. Única.

Lo cierto es, que, en el Museo Histórico Provincial, existe un dibujo coloreado, de gran nitidez que formó parte de un álbum de recuerdos de don Eudoro Carrasco, conjuntamente con otros tres, del mismo tipo, todos de extraordinario interés, e independientemente del escudo, el titulado: “Bajada principal al puerto del Rosario”, fechado el 7 de enero de 1854, por referirse al emplazamiento del Monumento a la Bandera.

Este álbum lo tenía su nieto don Horacio Carrasco, fallecido el 31 de julio de 1944; años después, la señora esposa del extinto, Doña Lía Pusso Carrasco de Carrasco, gentilmente me dio la serie de dibujos referidos y otros documentos. Estimo que en la actualidad es la fuente básica y única en la interpretación de la ordenanza del 62 y también de inestimable valor para el estudio de algunos elementos de nuestro blasón.

Es bien sabido que Eudoro Carrasco, que llega a Rosario el 1° de diciembre del 53, se destaca por su vasta ilustración y cultura, por su dinamismo emprendedor y carácter observador. Surge ampliamente de los Anales que escribió y continuó su hijo Gabriel, especialmente la descripción que hace de su viaje de Buenos Aires a nuestra ciudad, de los dibujos referidos, y múltiples trabajos posteriores hasta su lamentado fallecimiento.

Por esto es sorprendente que nada anotara sobre el lugar y enarbolamiento de la Bandera por Belgrano en 1812, cuando solamente habían transcurrido 41 años del magno acontecimiento.

Juan Álvarez anota que el villorrio con viejos, mujeres y criaturas inclusive, escasamente excedería entonces de un millar de pobladores. Evidentemente que, en 1853, y después, vivirían vecinos que fueron testigos oculares de los hechos ocurridos, y muchos que jóvenes entonces, y que no comprendieron el acto en su excepcional interés patrio, serían ilustrados por sus mayores. Por otra parte, es ley natural que los hechos de la infancia antes de la pubertad quedan nítidos e indelebles en la memoria, de suerte que es presumible que 40 años después, recordaran un acto cumplido al declinar la tarde, en un día magnífico de verano y además esencialmente militar, único y que por primera vez se realizara en el poblado, ese memorable 27 de febrero, y que siempre despierta por su naturaleza, profundo interés.

Es el destino de nuestra ciudad. No tiene fundador y por  lo tanto no hay acta de fundación; sin embargo, se ha persistido en la errónea idea hasta principios de este año. En el Museo Histórico se guardan como reliquias, las escrituras, etc., que dan la certeza de ello.

Lo mismo ocurre con Belgrano y la Bandera, acontecimiento sublime, que da a la urbe destacada colocación en el historial de la patria. Ignorado por muchos años en el país, lo saben muy bien los rosarinos que no han olvidado por visual y tradición hecho tan singular.

Las investigaciones históricas hoy son perfectas y asertivas, en los dos acontecimientos enunciados, y por ello insisto en este punto. En el caso de la bandera, el hado bienhechor es Bartolomé Mitre, figura cumbre en la historia nacional. Al publicar su Historia de Belgrano, 1ª. edición 1858-1859, relata por primera vez y hace conocer al pueblo argentino acontecimiento tan grande: su descripción es precisa, clara y documental, de acuerdo con la norma rígida y veraz que era propia del insigne historiador, escritor, poeta, militar, político y estadista. Loor a su memoria, que la urbe no debe olvidar, pues el  símbolo más grande de la argentinidad que nace en ella, y será como es natural el epicentro de su escudo de armas, tiene como aval o padrino a Mitre, que escribió la vida toda del prócer, quien desde la secretaría del Consulado en 1794, hasta su muerte en 1820, es ejemplo de virtudes sin igual, caballero sin tacha, en fin, basamento sólido de nuestra nacionalidad más pura.

Necesariamente, la relación expresada provocó intenso revuelo en todos los ámbitos del país y en particular en esta ciudad, y lógicamente incidiría en Eudoro Carrasco al crear el escudo tres años después.

No hay duda al respecto; lo destaca su hijo Gabriel cuando se dirige al General Mitre, en carta de junio 12 de 1894, expresando: “permítame pues que le presente la primera impresión auténtica que de ese escudo se hace a aquel que dio a su autor, la idea inspiradora de su creación” y la contestación de Mitre fechada al día siguiente.

 


ESTUDIO DE LOS ELEMENTOS Y SÍMBOLOS

Por mucho tiempo la Heráldica fue considerada como un arte y como tal consignaba leyes y normas fijas que debían seguirse para componer un blasón. Después se la llamó “ciencia heráldica o heroica”, y se la consideró auxiliar de la Historia; en este orden adquiere extraordinario relieve en sus investigaciones desde la Edad Media hasta el presente. En nuestros días los centros de estudios son múltiples y muchos los congresos celebrados.

Precisamente, es mi propósito analizar los símbolos o emblemas del escudo local y destacar la íntima vinculación de ambas ciencias.

Seguramente, Eudoro Carrasco no conocía las reglas que imperan en el blasón y, sin embargo, los elementos que utilizó son perfectos, de profundo idealismo y realidad que dan a su obra extraordinario valor histórico y heráldico. Rindo estricta justicia a su creador, cuya inspiración fue sublime, más si se tiene presente los momentos históricos que ha pasado y vive el país, antes y durante el período de la Organización y Unión Nacional, felizmente cumplida en el año en que se crea el escudo. 

No implica lo anterior que a los 95 años corridos de esa etapa y más si se valora las múltiples variantes y agregados que se le han hecho, no deba ser modificado respetando en lo posible sus emblemas primitivos y hacerle aditamentos o supresiones, cuanto más si en adelante será el Escudo de Armas de la Ciudad.

La Municipalidad, su órgano representativo, tiene un derecho indiscutible a ello. El blasón de la Ciudad de Buenos Aires fue modificado cuatro veces desde su fundación e igual ocurrió con el de Santa Fe; norma que ha sido y que es general en el mundo. El nuestro, con algunas modificaciones y agregados, tendría una justeza perfecta ante la heráldica y una belleza inigualable en la materia.

 

FORMA

Si bien la ciencia heroica no ha preceptuado una forma determinada y, por el contrario, son muchas las adoptadas en los escudos nobiliarios, la usual es la redonda —llamada rodela-— y más la oval. Por ejemplo, en la Real Armería de Madrid, que es por su valor histórico y artístico de importancia excepcional, se encuentran ambos tipos. En nuestros días, la ovoide predomina en la mayoría de los estados y ciudades. Es la adoptada en el escudo argentino, en la mayoría de los escudos provinciales y ciudades nuestras. Se habla de la forma elíptica que difiere de la oval en detalles y que explico en las probanzas que acompaño. Impera en muchas de las Juras Reales, medallas que proclamaban a los Reyes de España al subir al trono, desde el reinado de Felipe V, y en los escudos militares durante la guerra de la Independencia y después.

Es curioso que el Art. 1° de la Ordenanza nada expresa al respecto, siendo fundamental en tanto, que el Art. 3° de la misma, al referirse al sello para lacre, fija que su forma debe ser ovoide. Asimismo, las notas municipales de 1860-61, el timbre en seco que llevan es un óvalo horizontal. Ciertamente los conoció Carrasco por cuanto tomó de ellos algunos atributos: barrancas y batería, río y barco.

La Armería consigna como básico que los emblemas deben ser perfectamente definidos, lo que es abiertamente negativo  en el presente caso, cuya forma rara dada por el autor es inexplicable y desconocida en dicha ciencia.

Corresponde: la ovalada, símbolo del poder.

 


CAMPO

En Heráldica, se denomina con dicho término al mismo escudo, es decir, a la superficie contenida dentro del óvalo en nuestro caso o en la rodela, si es redondo. La ley preceptúa que el campo puede ser cortado y partido. Si es el primero, se lo divide por línea horizontal en mitad (latitud), por ejemplo, el Escudo Nacional.

Cuando es partido, es por línea vertical, en dos partes también iguales y que es a la vez la longitud. Se la llama Jefe dividido en tres partes iguales: superior, central (corazón o abismo) e inferior (punta), siempre referidos a dicha línea. A los lados de esta figuración y con la misma característica “cantones o flancos”: diestra (derecha) o siniestra (izquierda) del que mira al escudo. En el argentino, el Jefe está perfectamente definido por la pica que sostiene en lo alto el gorro frigio, símbolo de la libertad.

Estimo necesaria esta discriminación por su especial interés en este estudio, pues fija matemáticamente la colocación de los elementos que tiene que llevar el escudo de armas de la ciudad.

Eudoro Carrasco, desconoció estas reglas o principios y por ello su error fue aún mayor. Dividió el campo en tres partes desiguales, contrariando la ley del blasón. La ciencia heroica admite excepcionalmente estas divisiones que en algunos casos llegan a seis o más. Su nombre es: “faja”, y es la zona comprendida entre dos líneas horizontales colocadas en medio del escudo, ocupando una tercera parte del mismo. Por esto, el escudo existente en este orden es anormal y debe ser modificado conforme a lo expuesto: el campo tiene que ser dividido en dos partes exactamente iguales.

 

ATRIBUTOS: Art. 1° de la Ordenanza citada.

En primer término, un ancla, arado del país, una gavilla de trigo, frutos e instrumentos de labranza; batería y bandera;  a la izquierda río y buques: en lontananza islas; Sol naciente en la parte superior; color verde letrero y orla de oro.

Ancla: Magnífica concepción. Navegación marítima y fluvial. Puerto. Significa en heráldica: riqueza, trabajo, prosperidad. etc.

Declarada ciudad en el 52, le ha bastado una década para que Rosario cumpliera el augurio feliz de Sarmiento enunciado en la famosa carta dirigida a sus habitantes el 1” de enero de 1852, que es, a la vez, el primer impreso que se edita en la urbe.

La situación del puerto, sobre la curva del río Paraná, privilegiado para el comercio interno y externo, centro radial del transporte con el interior de las provincias que mandaban y embarcaban, y lo hacen actualmente, sus variados productos, mereció bien pronto en lo económico, el ajustado apodo de la Chicago argentina.

De los otros elementos, el mayor de ellos, la gavilla de trigo, es pan, y como tal, humanidad y amor y a la vez factor positivo para eliminar el hambre que perdura en el mundo debido al egoísmo y mal entendimiento de los hombres, que ha sido imposible evitar en el recorrido de las edades.

Completando el concepto de la ordenanza “frutos e instrumentos de labranza” a los referidos, el arado del país y una hoz que lleva el dibujo original, le agregaría dos o tres espigas de maíz. Hay que destacar que la agricultura fue siempre primordial en el departamento y su gran zona de influencia económica; la gavilla de trigo y el maíz y el ancla, la colocaría en primer plano con los otros dos en distribución adecuada dentro de lo limitado del campo.

El Sembrador, bajorrelieve en nuestras barrancas, rememora los grandes embarques de trigo en 1878. El Rosario llegó a ser en 1925 el primer puerto del mundo en la exportación de cereales. Centenares de barcos venían en busca de la riqueza que atesoraba la zona del litoral y central del país hasta el año 43, en que se inicia una sensible declinación llegando a su postración actual, debido a la falta de comprensión y mala política comercial del gobierno anterior.

Cuántas veces he pensado y pienso en la grandeza de los Carrasco: el padre, que vaticinaba con los símbolos del escudo el futuro de la urbe, el hijo, que contempla feliz su cumplimiento y colabora en su estupendo engrandecimiento. Por ello, la dirección del Museo Histórico Provincial, honrándose, le dio preferente entrada a las salas del instituto con sus libros, múltiples recuerdos personales, para que todos los rosarinos recuerden y reverencien ante sus efigies a dos de los pioneros más grandes que tuvo la ciudad en la segunda mitad del siglo pasado.

 

BATERÍA Y BANDERA

El tema como los anteriores es de interpretación excepcional. Refiere en síntesis la consagración del lábaro sagrado, inmortal para todos los argentinos y para los mismos extranjeros, bajo cuya égida vinieron al país formando sus hogares, se adaptaron a las modalidades de los nativos y en sus descendientes viven la realidad de la vida, añorando el terruño en que nacieron y al que no piensan volver, por no dejar el hogar feliz que aquí formaron. Es solamente un recuerdo que cada día se esfuma ante la tranquilidad y felicidad del presente.

De acuerdo a las investigaciones históricas, la batería es la Libertad, que no estaba terminada el 27 de febrero del año 12. Debe eliminarse el tipo de fortaleza medieval, que presenta con troneras muy marcadas; acondicionarla a la época y que aparezcan las bocas de tres cañones de conformidad a los datos que se tienen. Son, como se ve, detalles que no rozan su estructura: barranca, ladrillos (adobes) y lapacho, que se usaron en el bastión como era lógico y natural.

El brazo colosal que sostiene la bandera, la ordenanza lo explica así: “esta ciudad bajo el amparo del poderoso brazo del ilustre Gral. Belgrano” es, con certeza, expresión del inventor.

Ahora bien, el brazo desnudo es el que corresponde. Debe ser encarnado —carnado— y moviente en posición de abajo hacia arriba. En heráldica: fuerza levanta con la mano encajada: fe, un asta que sostiene la bandera celeste y blanca desplegada hacia el centro del escudo. Como se ve, la idea es perfecta, diría admirable.

La única cuestión que surge es la referente al color azul o celeste de las fajas de la insignia. En mi estudio citado, traté extensamente esa cuestión y a él me refiero. En resumen dije:  las divergencias en las opiniones vertidas son múltiples: Mitre, Clemente L. Fregeiro, Zeballos, etc., se pronuncian por el celeste, en tanto que el General Espejo y Mariano A. Pelliza por el azul. Los fundamentos que dan los primeros se ajustan a nuestras mejores tradiciones y no contradicen los principios básicos de la armonía, referente a los cuatro colores naturales, pues el azul, que en metales se representa por acero, abarca el zafiro en sus diversos matices: turquí, zafírico, azul celeste y celeste.

Advierto que en la ordenanza se emplea la palabra azul y en el dibujo original es al que nosotros llamamos celeste a poco que se cotejen varias banderas históricas argentinas. Por consiguiente, creo que no ha habido error en la idea, si no en la palabra usada: el color en realidad es el celeste.

 

ESMALTES o COLORES DEL ESCUDO

Pido excusas, pero es indispensable otra digresión:

La generalidad de los autores de heráldica admiten cuatro colores o esmaltes: Rojo - gules; Azul - azur; Verde - sínople y Negro - sable. Algunos le agregan: el morado - púrpura; el color de carne - carnación. En Inglaterra, el leonado, naranjado y el sanguíneo, etc.

En metales: oro y plata.

Al principio, cuando se pintaban los escudos en pergaminos, madera, tela, etc. no hubo inconvenientes, pero éstos surgieron después de aparecer la imprenta a mediados del siglo XV y por mucho tiempo en ediciones de libros. Grabados, etc. La solución la dio el jesuita italiano Padre Silvestre Petrasanta en su obra “Terreras Gentilitise ex legibus Fecialium descriptas”, editada en Roma en el año 1638.

La Ciencia del Blasón aceptó de inmediato la fórmula y asimismo las artes gráficas. Es la siguiente: Rojo (gules), largamente va desde el Jefe hasta la base. Azul (azur) por líneas paralelas en faja —rayado horizontal— que va de un flanco al otro del escudo. Verde (sínople) en líneas paralelas en faja —rayado— que va en diagonal de la parte diestra alta del escudo a la parte siniestra baja. Negro (sable), cruzado de líneas paralelas en las dos direcciones perpendicular y horizontal. 

Por consiguiente, cuando se lo expresa en piedra, bronce, o cualquier metal, que es muy usual, se deben seguir estas ordenaciones.

 

OTRO ELEMENTO

Nuestro Paraná a la izquierda, surcado por buques, a vapor y de vela. No hay dificultad; pues el espacio que queda entre la batería e islas es muy limitado y el propósito evidente y justo del creador fue vincular los medios de navegación del pasado y el presente.

En lontananza islas, no hay dudas al respecto. Dos, de acuerdo a los mapas fluviales de mitad del siglo XIX y diseños coloreados del autor.

SOL

Sol naciente en la parte superior. Es el nudo gordiano de nuestro escudo. La ordenanza del 62 y los diseños, contradicen los principios básicos del código heroico.

En realidad. el óvalo del escudo se divide por mitad en dos campos, conforme a lo anteriormente expuesto. Por ejemplo: en el nacional, la parte superior es de color azul-celeste, la inferior: blanca. La primera significa: justicia, perseverancia, nobleza, sacrificio y lealtad. La parte blanca, corresponde a la plata —argen—, es lisa y uniforme: pureza, verdad e integridad.

Ahora bien: si dividimos el escudo de Rosario por la mitad. prescindiendo de las tres fajas, están perfectamente delimitados los dos campos, pero el inferior, blanco, ha tenido que ceder o eliminarse para distribuir varios atributos que dan precisamente gran jerarquía al escudo local. Por lo expuesto. la parte superior concorde con el nacional tiene que tener fondo celeste si es pintado, y si lo es en bronce, piedra. etc., se lo expresa por rayas paralelas muy juntas que van de diestra a siniestra, respetando los principios referidos.

El Sol es naciente, y tiene que ser así. En mi estudio citado traté ampliamente este tema. En la ciencia del blasón el astro es pintado generalmente en círculo perfecto y en el medio dos ojos, nariz y boca, rodeado de 16 rayos: se lo llama naciente o poniente según se mueva de la parte derecha o izquierda del jefe, y sombra del Sol cuando es de color o se diseña sin  rasgos de la faz. Colocado el símbolo en la parte superior y céntrica del escudo, en el campo - faja superior, técnicamente no entra en esta clasificación.

Ángel Carranza arguye: por ser naciente, se ve que la cara del Inca, que forma el foco, sólo descubre los ojos y una parte de la nariz, sin que ello impida que sus rayos se hallen pintados siempre como lenguas o espadas flamígeras.

Admitida esta figuración, que es la común y real, ya que de no tener rasgos seria sombra de sol, lo que es absurdo; es evidente que la imagen debe ser dibujada por mitad.

La regla de la heráldica europea presenta el signo íntegro con 16 rayos, en tanto que la Americana lleva 32. Por ejemplo: en la moneda del año 1813, reverso, en oro y plata, que es la primera labración argentina, de acuñación potosina marca el tipo. Por lo tanto, es la numismática en este caso, que da la solución; se ignora el origen de esta innovación, sea obra del gobierno que realizó el diseño, que es lo más seguro, u ocurrencia del Jefe de Talla don Pedro Benavides, descendiente de los Incas, quien tuvo a su cargo el grabado y labración de las piezas, aparecen 32 rayos, 16 rectos, o ligeramente ondeantes, tipo clásico del astro pleno, alternando con un número igual de lenguas o espadas flamígeras, del sol incaico. Es indudable que surge así una amalgama perfecta y la imagen gana en esplendor.

Colocar el Sol en la parte superior, dentro del campo, es inadmisible, porque, conforme a las normas heráldicas y en armonía con los otros emblemas, siendo el astro naciente (16 rayos) surge en la línea del horizonte, de las islas y rio, iluminando con la potencialidad creciente de sus rayos el viejo azur, que es gloria. En esta forma se ajusta el ideal del inventor que augura la grandeza futura de la Ciudad.

En definitiva, tenemos un conjunto único de significaciones: por el astro rey, poderío, gloria, vida, unidad, verdad, abundancia, riqueza, etc. y símbolo de liberalidad y benevolencia; por el azul: justicia, serenidad y lealtad.­

Por interesante y coincidente con este tema, cito la medalla conmemorativa de las Invasiones Inglesas (1806/1807) en la que vemos: el Sol surge en un paisaje montañoso alumbrando casas, árboles y un río con dos barquichuelos. 

Finalmente, es indispensable suprimir: a) en la bandera, la fecha “27 de febrero de 1812” que llevan los diseños estudiados, aunque nada diga la ordenanza; b) no colocarle a la misma el Sol, porque este emblema es de creación posterior; c) el letrero “Municipalidad del Rosario”, entiendo que no hay razón que lo justifique y dañaría la concepción total.

El fondo verde-sínople, símbolo de las llanuras, nuestra Pampa, expresión de riqueza y esperanza de un futuro promisor, símbolo también de libertad, fe y amistad, es aceptable. en la parte inferior, en armonía con los otros elementos que llevan sus colores heráldicos naturales: oro, el Sol; islas. en el citado color sínople; azur, su río; gules, la batería; celeste, el cielo; doradas las mieses y tono gris acerado, los implementos agrícolas.

La ordenanza del 62 termina el Art. 1° así: “orlado de una faja de oro”. Estos dos términos “orlado” y “faja”, no se ajustan a las leyes heráldicas, ni en su significación, colocación, ni en sus colores, variantes en el original y en los dos presentados en las obras citadas por Gabriel Carrasco. Es una fantasía que debe suprimirse. En su lugar, el único agregado que haría, por justo y digno, es circundar el óvalo con una corona sínople hecha de dos ramas: una de laurel y la otra de oliva, atadas en moño con las cintas celeste y blanco, de la Bandera de la Patria Inmortal.

Señores:

Con la gentil colaboración del señor Académico, Ingeniero Arquitecto, don Ángel Guido, me permito presentar un dibujo en colores, que, conforme a lo expuesto, entiendo debe ser el escudo de armas de la Ciudad del Rosario, único, sin distinción en el tamaño y sin supresión de cualquiera de sus emblemas, con el aditamento que estudio como parte final de esta exposición.

Corona de laureles y oliva.

Defiendo esta tesis. A los 105 años de declaratoria de ciudad, Rosario, por su historial magnífico, merece ambos símbolos.

El laurel, que es triunfo, gloria, eternidad, victoria, no lo es solamente en el orden militar, sino en lo económico, cultural, etc. Contadas son las ciudades argentinas que detentan tantos títulos como ésta, pero nunca mayores. Su origen es humilde y esencialmente democrático: una estancia, un poblado en el centro del llamado “pago de los Arroyos”, un villorrio conocido como “Capilla del Rosario”, hasta que 134 años después se le otorga el de “Villa”, con el aditamento pomposo de “ilustre y fiel”.

En verdad, no hubo fiestas, autoridades, mariscales de campo, ni acta de nacimiento, pero sí tuvo el privilegio único, de tener una madrina celestial, Nuestra Señora del Rosario, nuestra Virgencita, que fue su protectora, y por ello desde su iniciación hasta hoy es venerada por los rosarinos.

Sin embargo, ese poblado había sido, en el siglo XVIII, el principal baluarte de civilización contra los ataques y malones del indio. Desde antes de la Revolución de Mayo interviene en forma eficiente en la formación de la Nación. Nuestro prócer, el Dr. Vicente Anastasio Echeverría, inicia en el orden nacional su prodigiosa carrera; en 1806, interviene en la defensa de Buenos Aires contra los ingleses; en el Cabildo abierto, el 22 de mayo de 1810. Ferviente patriota y revolucionario, los primeros gobiernos le encomiendan diversos cargos que cumplió con probidad, sapiencia y honor. Con su íntimo amigo Belgrano, en misión diplomática, negocia con el Paraguay el Tratado de 1811; tres años después recibe del jefe español la llave de la Ciudadela de Montevideo; fomenta la marina naciente de guerra, armando en corso la corbeta Halcón y en el año 17 la fragata “Argentina” que al mando de un hijo de Francia, Hipólito Bouchard, recorre los mares enarbolando y haciendo conocer la Bandera Argentina que nació, como él, en la Capilla del Rosario de los Arroyos. Figura cumbre bajo todos los aspectos que se le estudie, incansable, continúa prestando servicios a la patria hasta su fallecimiento ocurrido a la edad de 89 años.

Volvamos al año 10. En el mes de septiembre el contingente rosarino a las órdenes de Pedro Moreno y Gregorio Cardoso, la décima parte de la población del villorrio se incorpora a la expedición de Belgrano que va al Paraguay. fue centro defensivo contra los ataques y depredaciones de los españoles que desde Montevideo llegaban por el Paraná. Por esta razón, vino Belgrano en febrero del año 12; días después.  el 23, consagra la escarapela nacional y el 27 enarbola la sagrada insignia, símbolo de independencia y libertad. Rosario es su cuna y esta vez se cumple el usual ritual hispano americano, que por larga tradición perdura hasta el presente.

Evoco con intensa emoción aquella escena trascendental. Una batería inconclusa, que el río acaricia con su oleaje; de fondo, una modesta capillita de paja y barro: esplendoroso día de verano ese atardecer del 27 de febrero, con un cielo límpido de azur y nubes de plata, y un sol poniente cuyos rayos de oro iluminando el paisaje; están formadas las tropas; el poblado en masa ha concurrido al acto. Aparece el Coronel Belgrano, despliega la enseña que por su inspiración confeccionó la benemérita matrona Doña María Catalina Echevarría de Vidal; de inmediato es bendecida por un ilustre prelado, el Dr. Julián Navarro, y es izada por el abanderado, Cosme Maciel, que después prestaría grandes servicios a la Provincia. Fervorosos aplausos, salvas de artillería y arenga del creador y Jefe. Así nació la Patria Abanderada.

Han transcurrido más de 145 años del fausto acontecimiento y lo único que queda inmutable es el sitio, el sol y el maravilloso río de leyendas, con fragancia de selva misionera que nos comunica por el océano con todas las naciones de la tierra.

Mañana celebraremos un acto similar de extraordinario lucimiento, pero el escenario ha variado fundamentalmente; desaparecieron la batería “Libertad” y la de la isla “Independencia”; no se ve la Capillita, ni el panorama amplio y libre del rio, ni se vislumbra la pampa. Así lo ha querido el destino. pero, en cambio, en el mismo lugar se inaugura un magnífico monumento a la Bandera, de proporciones gigantescas y líneas majestuosas, que es, en su género y en mi sentir, uno de los más bellos del orbe y lo afirmo por haber conocido la mayoría de ellos, en mis viajes por el mundo.

De aquellos días, imposible es no recordar algunos nombres: Pedro Tuella y Monpesar, de origen hispano, primer historiógrafo de la pequeña aldea y destacado contribuyente para la construcción de las baterías, conjuntamente con José Tiburcio Benegas, el cura Navarro, los Grandoli. el Coronel Ingeniero Ángel Monasterio, director de los trabajos, Manuel Vidal, alcalde, etc. 

En el año 13, San Martín y sus famosos granaderos en San Lorenzo, con la participación, antes y durante el combate, de Celedonio Escalada y sus milicias rosarinas; otra vez el cura Navarro, elogiado por San Martín en el conocido parte militar y que años después, con el título de Capellán del Ejército de los Andes, acompaña al prócer máximo de la argentinidad en la campaña que libera a Chile.

Antes y después del año 20, Rosario es centro de las guerras civiles que sostienen Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe contra Buenos Aires: injusto y repudiable incendio del pueblecito, a fines de enero de 1819. Belgrano nuevamente aquí ratifica en San Lorenzo, el 11 de abril de dicho año, el armisticio pactado una semana antes, por el cual Viamonte y sus tropas se retiran al sur del Arroyo del Medio y los auxiliares de López y orientales al norte del Salado. La batalla de Gamonal que da la autonomía a Santa Fe —1820—. Al promediar el siglo pasado, el 25 de diciembre del 51, la Villa se pronuncia contra Rosas y acompaña a Urquiza en la campaña que emprende contra el tirano. Su autor es el Teniente Coronel José Agustín Fernández, Comandante en Jefe de la división del Departamento, secundado por Dámaso Centeno, los Rodríguez, Lara, Corvalán, Zeballos y otros, intervinientes en la batalla de Caseros.

La Confederación Argentina: la declaratoria de Ciudad. 5 de agosto del 52, pedida al Gobernador Crespo por Urquiza. a quien debe Rosario el apoyo incondicional, sobre todo en el orden económico. El ilustre entrerriano es también nuestro, como lo son San Martín y Belgrano, porque nacido en otras tierras, los actos iniciales o más trascendentales en su historial han tenido por centro esta urbe.

En la primera década de vida como Ciudad, múltiples son los hechos que recuerdan nombres ilustres. El Brigadier General Virasoro, segundo de Urquiza en Caseros y Primer Jefe Político de la urbe. Marcelino Bayo, Pascual Rosas, Federico de la Barra, director de “La Confederación”; José María Cullen, etc. Doña Laureana Correa de Benegas, que juntamente con otras dignísimas matronas fundan la Sociedad de Beneficencia en 1854, y que por un siglo cumplió un brillante recorrido de bien social; mis mejores augurios por un feliz renacimiento respecto de sus legítimos derechos y meritorios servicios. Don Nicasio Oroño, tan nuestro por su tesonera acción pro-Rosario, al igual que el Dr. Marcelino Freyre, llegado en 1847, convencional en 1860, quien prestó en todo orden eminentes servicios y entre cuyos descendientes de grandes valores cito uno: Luis Lamas, gran Intendente (1898), hijo dilecto de la ciudad, por ello y por su obra útil posterior de muchos años.

En 1863, el F.C.C.A., la obra más ponderable de Mitre, según Alberdi y Vélez Sarsfield, celebra la inauguración de sus trabajos; era el 19 de abril y en nombre del Gobierno de Santa Fe, expresa José M. Zuviría: “Si de hoy en adelante, ha de ser Rosario el corazón de la República, preciso es que… por esos rieles, debidos sólo al imperio de la libertad y de las instituciones, transmita el fuego sagrado de un patriotismo sincero. Rosario, hoy más que nunca debe ser eminentemente nacional”.

En esa intensa lucha de pasiones que desencadena la guerra civil, para llegar al fin de la organización definitiva del país, la ciudad soporta como antes, con estoicismo, todas sus consecuencias. Con justicia, y como timbre de honor, se ha dicho: “Rosario yunque”, porque, en verdad, con la sangre de sus hijos y pérdidas económicas cuantiosas se forjó felizmente la paz y el futuro engrandecimiento de la República.

Finalmente, dos años después, Guerra de la Triple Alianza para abatir la dictadura paraguaya de Francisco Solano López, no contra la República hermana, subyugada desde 1811 por gobiernos de fuerza. La ciudad contribuye con dos batallones, el santafesino y el Regimiento Rosario (fusión de los conocidos antes como Libertad y General Paz en 1866). Son sus jefes los coroneles José M” Avalos y José Ramón Esquivel y muchos son los héroes que se destacan en la contienda. Además, fue centro básico de operaciones, embarque de tropas, material bélico, abastecimiento, etc. y dador de la sangre de sus hijos, como lo clama esa Bandera santa con la derramada por el Abanderado Grandoli, que envuelto en sus pliegues cae en Curupaytí a los 16 años, incitando una vez más a la juventud argentina en el cumplimiento del deber sagrado: morir por la Patria y su Bandera.

Estoy cierto que si el ilustre poeta Rubén Darío, hubiera sido nuestro, su numen inspirador habría tomado estos hechos  para escribir su canción inmortal “La Marcha Triunfal”, como inmortal es el “Canto al Rosario” de mi inolvidable amigo en el recuerdo, que amó con pasión a su ciudad: Emilio Ortiz Grognet.

Económicamente, con Buenos Aires, da la nota sobresaliente de su acción preponderante en éste y otros órdenes de la vida nacional. Me detengo en 1870, no obstante ser los Anales de la urbe de extraordinario valor en los últimos 87 años. Rosario, crisol de razas, ha dado a la patria una legión inmensa de mujeres y hombres que, en eficaz y tesonera labor en la órbita internacional, nacional y provincial y también local, merecen la gratitud y homenaje de la ciudad.

Por lo expuesto, formulo un reparo a las manifestaciones hechas en 1873 por el Dr. Nicolás Avellaneda: “Rosario no tiene tradiciones ni pasado”; por el contrario, su historial de glorias y de sangre derramada generosamente por sus hijos para conservar aquéllas en bien de la Patria, es inmensa.

En lo económico, dice una profunda verdad: la ciudad, comercial, industrial, etc., obra de su propio impulso “nació ayer con la Constitución de 1853 y es históricamente la más genuina de sus obras” y agrega “la voz que meció su despertar, es la que recorre todavía el mundo, llamando en nuestro nombre y a nuestro suelo, a los hombres todos que quieran hacerlo”. Magnífico y justo juicio para la urbe: hija dilecta de nuestra Magna Carta cuya liberalidad y articulado económico nos dio extraordinaria vitalidad.

Sarmiento y Avellaneda, dos presidentes argentinos de máxima jerarquía y de relieve sobresaliente en lo cultural, vaticinaron en el transcurso de dos décadas, el futuro espléndido de la gran ciudad de hoy.


Señoras, Señores:

Circundar una parte del óvalo, derecha, con la rama de laurel, es premio justo, que deben otorgarle las generaciones del presente a tan magnífica trayectoria. La rama de olivo, izquierda, que es paz, unión, amistad, orden, confraternidad, etc. es un canto al trabajo, esencialmente humano que ignora la guerra y la discordia, porque únicamente en la paz y en la  unión, el hombre adquiere la plenitud de su perfeccionamiento material, moral y cultural.

El moño con cinta celeste y blanca, que trasunta la gloriosa enseña que nació en ella, engrandecen al infinito el premio y afirmo que es a los rosarinos nativos, sus hijos adoptivos y extranjeros que trabajan con fe y amor por ella, por ser todos herederos y beneficiarios de tantas glorias, lo que debemos otorgarlo, honrándonos. Tengo la certeza de que no habrá discrepancia al respecto y así el escudo de armas de la urbe con la corona simple de gloria inmortal, de paz y trabajo, será en el futuro y eternamente perfecto y hermoso, que en la pintura, en la piedra o en el bronce, será único por el significado y justeza de los emblemas y símbolos que formen de acuerdo con los Anales de la Ciudad.

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