El escudo patrio que, en singular versión, vemos junto a estas líneas, acompañaba una nota aparecida en el número 1524 de Caras y Caretas, correspondiente al 17 de diciembre de 1927. La nota se titulaba como esta entrada, estaba firmada por B. (= Bernardo) González Arrili y tenía dos ilustraciones de Eduardo Álvarez: el escudo que acabamos de mencionar y el dibujo en colores que representa una plaza colonial, que veremos más abajo (las letras E. A. en el campo del escudo y al pie de la otra ilustración indican las iniciales del autor).
Transcribimos el artículo íntegro, no sólo por sus expresas referencias heráldicas, sino porque lo consideramos de gran interés. Al leerlo, nuestra imaginación se dirige espontáneamente a la Plaza de Mayo, testigo de todas las etapas de nuestra historia, tal como lo indica la nota. Por ello hemos elegido la fecha de hoy para compartir esta entrada: el aniversario del Cabildo Abierto que fue preludio del primer gobierno patrio. Las dos fotos de esta entrada son propias, tomadas en julio de 2019.
LA PLAZA MAYOR
«En la historia de América —sintetizada, aclarada, iluminada— que será necesario dedicar amorosamente a las generaciones por venir, un capítulo cabal merecerá “la plaza”. No se ha señalado todavía, con la exactitud histórica que se tiene merecida, la importancia de la plaza pública en los pueblos de nuestra América.
La plaza era lo primero que preocupaba al conquistador dispuesto a dejar señal de su paso en el desierto del Nuevo Mundo. Elegíase el lugar de la Plaza Mayor ante todo. Marcado su lugar y su extensión, a su rededor íbase disponiendo la ubicación de los principales edificios que comenzaran a dar forma ya a la urbe futura. Era hermoso el gesto —belleza griega, fortaleza romana— de esa romántica seguridad de conquista y de grandeza que parecía empujar el brazo del colonizador hispano; lo primero, la Plaza, el Ágora... Allí se alzaría, enseguida, la Iglesia, y la casa del Capitán, que el tiempo iría transformando, seguramente, en albergue del señor Gobernador, en palacio del Virrey, en fuerte, con su foso y su puente. Frente a ello, el Cabildo —el Cabildo de América, que también hay que enseñar a querer y a admirar… Más allá, acaso, la escuela, un convento, la Universidad más tarde, según fuera la importancia del lugar. En el medio, la recova, donde se mercaba de todo, desde la espada del miliciano a la seda del corpiño, desde el melocotón y la sandía al negro de Guinea reluciente de sudor o de lágrimas.
Corazón de la urbe, la sangre, rica o pobre, de sus callejas, allí se concentraba y de allí partía. Punto central de la sociedad —aldeana, colonial, virreinal— sus ondas se abrían hacia afuera decreciendo en importancia y en riqueza.
Junto al Cabildo, o junto al convento, o junto a la escuela, los más adinerados, campanilludos personajes que hablaban de sus hazañas o de sus negocios con voz engolada. Su casona daba frente a la plaza, y en la portalada, con frecuencia, se empolvaba de años y se tostaba de sol un escudo señorial, que —nadie supo nunca el porqué— se achicaba en el trasplante de la Metrópoli a la Colonia. A medida que casas y casonas se alejaban del cuadrado de la Plaza Mayor, iban perdiendo importancia, personal sus propietarios: menos escudo sobre el dintel de la portalada, menos título de que ostentar, menos onzas en las talegas o en las tinajas y menos "negrada" en el fondo de la casa, o en la finca huertana a una legua, a legua y media de la Plaza... Porque se vivía “a tantas cuadras de la Plaza” hacia el sur, hacia el norte, hacia, el naciente, hacia el poniente… A la Plaza convergía el pueblo el día de mercado, el día de fiesta y el día de justicia. En la Plaza estaban los mercaderes, en la Plaza se alzaban, tétricas, puntiagudas, descabezadas, las horcas.
Voceábase el Bando Real en la Plaza, y de allí iba escurriéndose hacia los aledaños de la ciudad. Las campanadas del Cabildo llamaban, alguna vez, al pueblo — ya soberano de lo suyo en los momentos de apuro— para congregarlo en la Plaza. De allí salía resuelto el problema, tomada la resolución. Las campanas de la iglesia llamaban, con repiques alegres o con dobles lúgubres, al pueblo a la Plaza, para el festejo de la fausta noticia, para la congoja de la nueva infausta. El pueblo, en la Plaza, sentíase más pueblo, más dueño de sus destinos, más señor de sus acciones.
Habrá que hacer la historia —sencilla, concreta, luminosa— de las plazas de nuestra América. Los parágrafos de esa historia se titularán : “La Plaza del Conquistador”; “La Plaza de la Colonia”; “La Plaza de la Emancipación”; “La Plaza de la Anarquía”; “La Plaza de la República”.
En el primero se advertirá cómo llegaron en grupos unos hombres blancos y barbudos, con un pendón rojo y amarillo desteñido en una marcha de miles de leguas a través de un continente y un océano, con una cruz en alto, y empuñadas las espadas, alzáronlas hacia el cielo —testigo de tanto esfuerzo y tanta hazaña— y luego, con ellas, de punta, trazaron sobre la tierra virgen la marca de la Plaza, de la Iglesia, de los solares... En el segundo, cómo la Plaza, rincón grato a la charla vecinal, vio venir y marcharse los días parejos, iguales, monótonos, sólo inquietados, de tarde en tarde, por alguna noticia europea, que se puso rancia en el mar, durante la travesía... En el tercero, cómo vino a formarse dentro del cajón de la Plaza la conciencia colectiva de la libertad, y cómo, ciudadanos y campesinos, en la ciudad y en la aldea, buscáronse en la Plaza para jurar en ella, solemnemente, sus ansias arraigadas de emanciparse. En el cuarto, cómo, ya obtenida la libertad política de la colonia, aparece, en la Plaza, el caudillo anárquico para dar escape al fondo bárbaro de que es necesario purgar a las democracias… Caudillo, tiranuelo o capitanejo, sólo se siente victorioso cuando toma posesión de la Plaza Mayor, y derrotado, cuando las huestes rivales lo arrojan de ella, hacia el suburbio... Y en el parágrafo quinto señalaráse cómo, hecha al fin la República, es en la Plaza Mayor—ya hermoseada por la historia que la convirtió en escenario— donde las nuevas muchedumbres se congregan para vivir, en tal o cual fecha, inolvidables emociones de Patria…».
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