Hoy se cumple un año de la elevación a la dignidad cardenalicia del actual Arzobispo de Asunción del Paraguay, Adalberto Martínez Flores. Pocos días después de ese consistorio publicamos una nota sobre el escudo del nuevo cardenal, anticipando cómo debería verse con el cambio de los ornamentos exteriores que tendría que producirse.
Pero más tarde el sitio oficial de la Arquidiócesis de la Santísima Asunción publicó una descripción y explicación del escudo cardenalicio, añadiendo y corrigiendo algunos puntos de la que aparecía anteriormente, y con una nueva versión del blasón. De hecho, toda la larga justificación de los siete colores del arco iris es totalmente nueva. Llama la atención la referencia a Chiara Lubich y a los focolares, ya que de la biografía oficial del prelado no surge que haya tenido ninguna relación, en su vida pastoral, con ese movimiento.
Transcribimos textualmente la «Explicación catequética de la adaptación del escudo de armas del Cardenal Adalberto Martínez Flores, Arzobispo de la Santísima Asunción, en su misión de Cardenal de la Iglesia».
«Los elementos originales del escudo episcopal de Monseñor Adalberto no han sido alterados, sino que se han añadido algunos símbolos propios de la dignidad cardenalicia.
Lema episcopal
Por debajo del escudo aparece la divisa con el lema personal del Arzobispo: «Que todos sean uno» (Jn 17,21).
La víspera del sacrificio de la Cruz, Jesús mismo ruega al Padre por sus discípulos y por todos los que creerán en Él, para que sean uno como Él y el Padre son uno.
ELEMENTOS DEL ESCUDO CENTRAL
La Cruz
En el centro del escudo hay una cruz cuyos extremos se abren como pétalos que hablan de la fecundidad del Árbol de la Salvación.
El mismo Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la Justicia; «con cuyas heridas habéis sido curados» (1P 2,24).
En el centro de la cruz se halla insertado un diamante, que representa al Crucificado. El apóstol Pablo nos dice: «Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; fuerza de Dios y sabidurías de Dios» (1Cor 1, 21–25). Cristo crucificado es la diadema de la fuerza y sabiduría de Dios.
Los colores de fondo
Como trasfondo del escudo, la explosión de los siete colores del arco iris. Estos colores forman parte de los estatutos canónicos de los Focolares, reconocidos por la Iglesia como «aspectos concretos de la Obra».
Nacidos de una intuición mística de Chiara Lubich, los siete colores resumen y representan siete facetas de la caridad, alrededor de las cuales se articula el movimiento de los Focolares.
Cada color tiene su fuente en la Palabra de Dios. Chiara Lubich compara el amor con la luz que, al pasar a través de una gota de agua, nos permite admirar los colores del arcoíris. Así como el arcoíris es rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta, así la vida de Jesús en nosotros, el Amor, se expresa de varias maneras.
Rojo: el amor obra la comunión
«Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura». (Mt 6,33)
El color rojo se relaciona con el dinero, el trabajo, la solidaridad. El amor produce la comunión. Es decir, nos empuja a compartir lo que poseemos, tanto los bienes espirituales como los materiales. El rojo considera el trabajo como una participación en la construcción de la sociedad, generación de bienes para ponerlos al servicio del prójimo.
Naranja: el amor se irradia
«Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!». (Lc 12,49).
El color naranja llama al testimonio y al resplandor. Jesús en nosotros, el Amor, sería irradiación de amor. Se caracteriza por el amor recíproco como primer apostolado que genera un pueblo nuevo. El naranja también se presenta en la evangelización y la apertura al otro.
Amarillo: el amor eleva el alma
«Una sola cosa es necesaria». (Lc 10,42)
Este versículo hace referencia a la visita de Jesús a Marta y María. Lo único necesario es escuchar la Palabra. Este tercer aspecto evoca la espiritualidad y la vida de oración, la comunión con Dios y con el prójimo. El amarillo reconoce el amor al hermano como camino directo hacia la santidad, devuelve su valor al sufrimiento como unión con Jesús crucificado y abandonado. Incluye la oración, la meditación, los sacramentos, pero también se expresa en la ética y el compromiso responsable en el ámbito vital.
Verde: el amor sana
«Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos». (Mt 18,20)
Jesús, el Amor en nuestros corazones, es nuestra salud.
Esto incluye la salud espiritual, pero también la salud física y mental. El verde atiende a todo lo que promueve la salud del cuerpo: el clima de amor entre todos, la calidad de las relaciones interpersonales, pero también el descanso, la relajación, la comida, el deporte. También incluye la enfermedad, la muerte, el cuidado de los enfermos, la resurrección, la relación de amor que continúa con los difuntos. El verde comprende la ecología como garante de la vida de la humanidad y del planeta.
Azul: el amor reúne a las personas
«Fíjense en los lirios…» (Lc 12,27).
Jesús, en nosotros, reuniría los corazones. El azul habla de la armonía entre las personas y su manera de vivir según el modelo de la Trinidad. El amor hace de una asamblea una Iglesia. El azul expresa así la belleza, el buen gusto, la armonía, el arte en todas sus variantes. Encuentra su expresión en el orden, la limpieza, la vestimenta. Abarca la sociología y convivencia armoniosa.
Índigo: el amor es fuente de sabiduría
«El que me ama, yo lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,21).
El índigo tiene que ver con la sabiduría y el estudio. Hemos recibido dones del Espíritu Santo, él nos ilumina en la búsqueda de la verdad. El índigo o añil nos empuja a estudiar, a comprender y a conocer para amar mejor. Trata de la educación, los estudios, la cultura y la formación, motivados por el espíritu de la sabiduría.
Violeta: el amor crea unidad
«Que todos sean uno» (Jn 17,21)
El séptimo color expresa la unidad que es posible lograr en la tierra entre los diferentes miembros, en profunda comunión y por diferentes medios. El violeta engloba todo lo que tiene que ver con la comunicación, los medios para conectarse con los demás, para agrandar el corazón a las dimensiones de la humanidad. Aquí están todas las características principales del amor según Chiara Lubich, que, cuando se viven en armonía, favorecen la relación con Dios y con el prójimo.
El río y los misioneros
El río en el escudo es representado con la franja azul, como la puerta de entrada de la Buena Nueva en nuestra tierra traída por los misioneros. Los misioneros simbolizados en el escudo son tres, surcando las aguas en la barca de la Iglesia: santos Roque González (nuestro primer santo paraguayo), Juan Del Castillo y Alonso Rodríguez.
Ellos dieron sus vidas para testimoniar con su sangre el amor y la fe incondicional a Cristo y a su Iglesia.
La barca simboliza el compromiso misionero del Pastor, de echar las redes sobre la Palabra del Señor para recoger la pesca abundante para el Reino de Dios.
Simbología de la Virgen María
La inicial «M» en el ángulo superior izquierdo (sic) simboliza a la Santísima Virgen María. Es madre y refugio de los pecadores, «plano inclinado, que conduce a Dios». Las estrellas que rodean la inicial simboliza la virginidad de María, antes, durante y después del parto.
La Cruz procesional arzobispal
La cruz procesional es el signo heráldico del orden episcopal. Puesta detrás del escudo, la cruz de doble travesaño, también denominada «cruz arzobispal». Se emplea como signo distintivo de arzobispos y patriarcas, en tanto que los obispos usan la cruz simple.
Heráldicamente, patriarcas y arzobispos usaron inicialmente la cruz simple, pero ya en el siglo XV los patriarcas adoptaron la cruz de doble travesaño. Desde el siglo XVII además, un gran número de primados comenzaron a utilizar la misma doble cruz y en la actualidad los arzobispos han asumido igualmente su uso heráldico».
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