Lo hemos señalado varias veces, pero no está de más reiterarlo: aunque nuestro Blog se ocupa de las manifestaciones de la Heráldica en la Argentina, no desdeña referirse también a las expresiones de la Ciencia del Blasón en los restantes países que formaron parte de las Provincias Unidas del Sud: Uruguay, Bolivia y Paraguay.
Por eso compartiremos hoy el escudo de monseñor Francisco Javier Pistilli Scorzara.
Nacido en Asunción en 1965, ingresó en 1998 en el Primer Noviciado Iberoamericano de los Padres de Schoenstatt, ubicado en la localidad argentina de Florencio Varela, en Buenos Aires.
Hizo sus votos perpetuos en el Instituto de Schoenstatt en 1996 y fue ordenado sacerdote el 10 de mayo de 1997, en Paraguay. Tras ejercer diversas tareas pastorales en su patria, y mientras se desempeñaba como Superior Regional de los Padres de Schoenstatt de la Región "del Padre" (que abarca Paraguay, Argentina, Uruguay, Italia y Nigeria), el 15 de noviembre de 2014, es decir, en la fiesta de San Roque González de Santa Cruz, le llegó su designación como Obispo de la Santísima Encarnación. Fue ordenado obispo el 20 de diciembre de 2014.
Del sitio del Movimiento de Schoenstatt tomamos la descripción y explicación de su escudo episcopal:
«El escudo de Monseñor Francisco Javier, siguiendo la tradición de la heráldica eclesiástica, adopta la forma de “cáliz”, y en su interior contiene símbolos relacionados con sus ideales de vida y con su espiritualidad.
El campo del escudo es de color azul, lo cual recuerda el escudo del Papa Francisco, quien lo ha llamado al ministerio episcopal confiándole el cuidado pastoral de la Diócesis de la Santísima Encarnación.
En el centro del escudo, como símbolo principal, aparece un árbol de follaje verde con fruto sobre un monte. Esta imagen recuerda el jardín que Dios plantó en el edén, para colocar allí al hombre que había creado (Génesis 2, 8); asimismo, el árbol ilustrado es el árbol de la vida (Génesis 3, 22), que Jesucristo lo hace accesible a todos los hombres en el árbol de la cruz: “Ésta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles: ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos”. La referencia al jardín de edén, lleva también a pensar en el anhelo de la tierra sin mal de los indígenas guaraníes.
El monte, recuerda al Monte Sión (Hb. 12, 22.24), ideal sacerdotal de la Comunidad de los Padres de Schoenstatt, del cual proviene Monseñor Francisco Javier.
Destaca en el escudo, a la derecha de quien lo observa, la radiante estrella blanca, la cual representa a la Santísima Virgen María, estrella de la nueva evangelización. En la Alianza de Amor con María, Monseñor Francisco Javier ha encontrado su vocación de vida, y a invitación de ella, ha aprendido a decir, “Sí” a los siempre sorprendentes designios de Dios (Cf. Lucas 1, 38). La estrella es también aquella que los Magos de Oriente siguieron para encontrar a Jesús (Cf. Mateo 2, 2), los cuales, al verla “se llenaron de alegría” (Mateo 2, 10). Así, en su forma, la estrella se refiere a la estrella de Belén, y con ello hace presente la Navidad, y el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios.
Finalmente, desde el árbol de la vida emana luz blanca, que insinúa una cruz. En el eje vertical de esta cruz luminosa, aparecen representados el lugar de origen espiritual y la experiencia existencial de Monseñor Francisco Javier: Digitus Paternae dexterae, el dígito de la diestra del Padre, el Espíritu Santo; que representa la cercanía de Dios, su amor personal que toca la vida humana, la elige, la sana y la transforma. El Santuario, lugar de gracia, de presencia de María, es el hogar espiritual de monseñor Francisco Javier. En el eje horizontal aparece una corona, que invita a la confianza en María, Reina de los Apóstoles; y una cruz, que simboliza la infancia espiritual, la entrega filial a Dios Padre. Estos elementos provienen de la espiritualidad del Movimiento Apostólico de Schoenstatt.
En torno al escudo aparecen los signos heráldicos propios de un Obispo. El galero verde con seis borlas a cada lado y la cruz episcopal con las cinco llagas de Jesucristo. En la base del escudo aparece el pergamino con el lema del Obispo: “Alégrense”».
El mismo texto aparece en el sitio del Obispado de Encarnación. Respecto del lema, esto se añade en la página que venimos visitando:
El mismo texto aparece en el sitio del Obispado de Encarnación. Respecto del lema, esto se añade en la página que venimos visitando:
(...) «Monseñor Francisco Javier ha elegido un lema sencillo, pero que transmite toda la fuerza de la vida del Evangelio: “ALÉGRENSE”. Esta palabra está tomada del Evangelio según San Mateo, y forma parte del relato del encuentro entre las mujeres que fueron al sepulcro, y el Resucitado (Mateo 28, 1-10): “De pronto, Jesús salió a su encuentro, y las saludó diciendo: “Alégrense” (Mt. 28,9)”.
Este saludo expresa el Don que Jesucristo resucitado quiere hacer a la humanidad: la alegría de su presencia en medio de nosotros. Sí, su presencia trae una alegría luminosa y serena a nuestra vida. Se trata de la alegría del Evangelio, que “llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”, porque “quienes se dejan salvar por Él, son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium 1).
Esta alegría de Jesús nace de la relación filial con Dios Padre, así Él puede invitarnos a alegrarnos porque nuestros nombres están inscritos en el cielo, en el corazón de Dios (Cf. Lucas 10, 20). En las bienaventuranzas el seguimiento de Jesús se vuelve promesa de alegría plena en medio de los desafíos: “Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo” (Mt. 5, 12). Finalmente, la alegría de Jesús es la alegría llena de misericordia por el reencuentro con la oveja perdida (Cf. Lc. 15, 6b).
Así, la alegría del resucitado es una alegría pascual, es decir, una alegría que ha madurado en la cruz, y que por ello se hace plena en la resurrección y puede regalarse. La alegría del Resucitado, es así el fruto más hermoso del árbol de la cruz. “El evangelio donde deslumbra gloriosa la cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría” (Evangelii Gaudium 5)».
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