jueves, 13 de agosto de 2015

«Santiago de Liniers y el título de “Conde de Buenos Aires”»

Con motivo de haberse celebrado ayer el 209° aniversario de la Reconquista de Buenos Aires, y porque estimamos será del interés de los lectores, transcribimos un fragmento -que lleva el título de esta entrada- tomado del libro "Historia de la Argentina" (tomo 4) de Vicente Sierra.

La transcripción es totalmente textual; hemos respetado la ortografía y la sintaxis incluso donde parece advertirse alguna inconsistencia; también las cursivas y las mayúsculas son del texto original. Iremos ilustrando el texto con imágenes del escudo de Santiago de Liniers (los que están en blanco y negro proceden del libro "Blasones de los Virreyes del Río de la Plata").



Santiago de Liniers y el título de “Conde de Buenos Aires”

En 30 de junio de 1808, Liniers suplicó la merced de una recompensa, fundado en los méritos contraídos, y en que se hallaba “con ocho hijos, cinco varones y tres niñas”. Destacó que el rey había concedido quinientos pesos de pensión a cada una de las dos hermanas de su edecán Miguel Irigoyen, y señaló que creía a sus hijas merecedoras de atención semejante. Después de un trámite, en el que debió insistir para lograr una resolución favorable, se concedió a cada una de las hijas del virrey una pensión de mil ducados sobre las Cajas de Buenos Aires, y, en 13 de febrero de 1809, se le otorgó un “título de Castilla, libre de lanzas y media annata; y cien mil reales de vellón de pensión anual, interín se le asignen tierras que produzcan igual renta”.  En estos casos el favorecido debía manifestar su deseo de ser conde o marqués de tal o cual denominación, lo que pasaba a consulta de la Cámara de Castilla o de Indias. Enterado de la resolución, Liniers, por decreto de 15 de mayo de 1809, imprimió y distribuyó la noticia, diciendo que tomaba “en uso de la elección del nombre”, el título de CONDE DE BUENOS AIRES; decisión que comunicó al Cabildo el 21 de mayo, “después que todo el mundo la conocía”.  “Mal principio”, comentó Emilio Ravignani, que ha hecho un estudio del asunto. El acta de acuerdo del 25 de mayo, después de señalar que desde el 16 ó 17 se había distribuído la noticia, “y considerando más que todo que, con haber S. E. tomado ese título, se abroga cierta especie de señorío verdadero o aparente sobre una ciudad QUE NO RECONOCE NI PUEDE RECONOCER OTRO MONARCA, en terminante expresión de una Ley de las municipales de estos Dominios; acordaron se acuse recibo circunstanciado, exponiéndole a S. E. que este Cabildo no puede prestarse a reconocerlo por tal CONDE DE BUENOS AIRES, porque con él  SE OFENDE LOS PRIVILEGIOS DE ESTA CIUDAD, y los derechos del Soberano; que se oficie con la Audiencia implorando  su autoridad para que no permita, ni tolere, la infracción de dichos privilegios y derechos; y que se represente a S. M. en primera ocasión, para que no tenga efecto la referida gracia en los términos a que la ha extendido el Excelentísimo Señor Virrey, avisándosele a éste de todo en el oficio de contestación”.

            En la nota a la Audiencia, el Cabildo decía que “el Monarca, bajo su real palabra, tiene ofrecido por una de nuestras leyes municipales no separarlo de Su Señorío ni enajenarlo por ninguna causa o en favor de ninguna persona,  y sabe que ese título es contrario a los derechos del Señorío radicados en la misma tierra”.

            El cabildo se apoyaba en una real cédula de 1519 que establecía la prohibición de ceder o enajenar parte alguna del continente, que debía conservarse como dominio de la corona de Castilla.





            En 30 de Mayo, Liniers se dirigió airado al ayuntamiento, recordándole que lo había cumplimentado por la gracia “de título de Castilla que la piedad del rey se ha dignado dispensarme”.  Agregaba que nadie ignoraba “que es indiferente titularse Conde o Marqués, por que ni lo une ni lo otro arguye dominio o señorío… pues el honor y la dignidad está en la gracia de título de Castilla, y no en la dominación… y yo creí que daba una prueba nada equívoca de mi agradecimiento a un pueblo que ha sido teatro de la que debe hacerse en defensa de estos dominios de S. M., anunciado el título de Conde de Buenos Aires, a que se opone el Ayuntamiento,  con unos discursos tan débiles como fuera de propósito…”.   Liniers tenía razón y al Cabildo le faltaban todas, pero no la posibilidad de vengarse de alguna manera de los vejámenes a que lo tenía sometido el virrey. Liniers terminaba su nota diciendo que la denominación la “elige el agraciado”, y que sólo la usa cuando es aprobada, por lo que él no la había usado todavía. El 5 de junio se reunió el Cabildo y acordó contestar no haber dado mérito “para tan duras increpaciones… y que el Soberano… sabría graduar la conducencia, o inconducencia, de las razones que se alegaron”.

            El asunto pasó a la Suprema Junta, con oficio de Liniers, diciendo que “quedaría satisfecho con la denominación que Vuestra Majestad quisiera señalarle”.



            Emilio Ravignani descubrió que en 8 de agosto de 1812 Luis Liniers, hijo del virrey, se presentó al Consejo de Regencia reabriendo el proceso por el título de Castilla a favor del apellido Liniers. Hizo notar entonces que su padre había elegido el título de CONDE DE BUENOS AIRES, pero “habiendo posteriormente terminado su gloriosa carrera con una muerte heroica en defensa de la patria, para perpetuar la memoria de este hecho pide que se substituya por la de conde de la Lealtad”. Agregó que, dada la situación de Buenos Aires, la renta asignada era ilusoria, por lo que solicitó la conmutación de esa gracia para el virreinato de Lima. El Consejo de Regencia consideró la oposición del cabildo de Buenos Aires  a la denominación elegida,  y el 16 de agosto de 1812 aceptó la mutación del título, y concedió a Luis Liniers el de CONDE DE LA LEALTAD. La confirmación de este título recién se logró el 26 de junio de 1815; pero en 1817 Fernando VII resolvió que la denominación de la Lealtad fuera substituída por la de Buenos Aires. Cuando en 1862 fueron trasladados a España los restos de Liniers, para ser sepultados en el Panteón de Marinos Ilustres de Cádiz, Isabel II confirmó, aunque no tenía por qué hacerlo, el título que Liniers no usó nunca, ni pudo usar por falta de confirmación.   Dice Ravignani: “La reina Isabel II, como su padre, producía un acto generoso disponiendo de un título nacido de la toponimia de una región que ya hacía tiempo había dejado de estar sometida a su soberanía, desconociendo, además, la firmeza del otro, que estaba en uso hacía más de medio siglo”.

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