Con motivo de haberse celebrado ayer el 209° aniversario de la Reconquista de Buenos Aires, y porque estimamos será del interés de los lectores, transcribimos un fragmento -que lleva el título de esta entrada- tomado del libro "Historia de la Argentina" (tomo 4) de Vicente Sierra.
La transcripción es totalmente textual; hemos respetado la ortografía y la sintaxis incluso donde parece advertirse alguna inconsistencia; también las cursivas y las mayúsculas son del texto original. Iremos ilustrando el texto con imágenes del escudo de Santiago de Liniers (los que están en blanco y negro proceden del libro "Blasones de los Virreyes del Río de la Plata").
Santiago
de Liniers y el título de “Conde de Buenos Aires”
En
30 de junio de 1808, Liniers suplicó la merced de una recompensa, fundado en
los méritos contraídos, y en que se hallaba “con
ocho hijos, cinco varones y tres niñas”. Destacó que el rey había concedido
quinientos pesos de pensión a cada una de las dos hermanas de su edecán Miguel
Irigoyen, y señaló que creía a sus hijas merecedoras de atención semejante.
Después de un trámite, en el que debió insistir para lograr una resolución
favorable, se concedió a cada una de las hijas del virrey una pensión de mil
ducados sobre las Cajas de Buenos Aires, y, en 13 de febrero de 1809, se le
otorgó un “título de Castilla, libre de lanzas y media annata; y cien mil reales de vellón de pensión anual, interín se
le asignen tierras que produzcan igual renta”. En estos casos el favorecido debía manifestar
su deseo de ser conde o marqués de tal o cual denominación, lo que pasaba a
consulta de la Cámara de Castilla o de Indias. Enterado de la resolución,
Liniers, por decreto de 15 de mayo de 1809, imprimió y distribuyó la noticia,
diciendo que tomaba “en uso de la
elección del nombre”, el título de CONDE DE BUENOS AIRES; decisión que
comunicó al Cabildo el 21 de mayo, “después
que todo el mundo la conocía”. “Mal principio”, comentó Emilio
Ravignani, que ha hecho un estudio del asunto. El acta de acuerdo del 25 de
mayo, después de señalar que desde el 16 ó 17 se había distribuído la noticia, “y considerando más que todo que, con haber
S. E. tomado ese título, se abroga cierta especie de señorío verdadero o
aparente sobre una ciudad QUE NO RECONOCE NI PUEDE RECONOCER OTRO MONARCA, en
terminante expresión de una Ley de las municipales de estos Dominios; acordaron
se acuse recibo circunstanciado, exponiéndole a S. E. que este Cabildo no puede
prestarse a reconocerlo por tal CONDE DE BUENOS AIRES, porque con él SE OFENDE LOS PRIVILEGIOS DE ESTA CIUDAD, y
los derechos del Soberano; que se oficie con la Audiencia implorando su autoridad para que no permita, ni tolere,
la infracción de dichos privilegios y derechos; y que se represente a S. M. en
primera ocasión, para que no tenga efecto la referida gracia en los términos a
que la ha extendido el Excelentísimo Señor Virrey, avisándosele a éste de todo
en el oficio de contestación”.
En la nota a la Audiencia, el
Cabildo decía que “el Monarca, bajo su
real palabra, tiene ofrecido por una de nuestras leyes municipales no separarlo
de Su Señorío ni enajenarlo por ninguna causa o en favor de ninguna persona, y
sabe que ese título es contrario a los derechos del Señorío radicados en la
misma tierra”.
El cabildo se apoyaba en una real
cédula de 1519 que establecía la prohibición de ceder o enajenar parte alguna
del continente, que debía conservarse como dominio de la corona de Castilla.
En 30 de Mayo, Liniers se dirigió
airado al ayuntamiento, recordándole que lo había cumplimentado por la gracia “de título de Castilla que la piedad del rey
se ha dignado dispensarme”. Agregaba
que nadie ignoraba “que es indiferente
titularse Conde o Marqués, por que ni lo une ni lo otro arguye dominio o
señorío… pues el honor y la dignidad está en la gracia de título de Castilla, y
no en la dominación… y yo creí que daba una prueba nada equívoca de mi
agradecimiento a un pueblo que ha sido teatro de la que debe hacerse en defensa
de estos dominios de S. M., anunciado el título de Conde de Buenos Aires, a que
se opone el Ayuntamiento, con unos
discursos tan débiles como fuera de propósito…”. Liniers tenía razón y al Cabildo le faltaban
todas, pero no la posibilidad de vengarse de alguna manera de los vejámenes a
que lo tenía sometido el virrey. Liniers terminaba su nota diciendo que la
denominación la “elige el agraciado”,
y que sólo la usa cuando es aprobada, por lo que él no la había usado todavía.
El 5 de junio se reunió el Cabildo y acordó contestar no haber dado mérito “para tan duras increpaciones… y que el
Soberano… sabría graduar la conducencia, o inconducencia, de las razones que se
alegaron”.
El
asunto pasó a la Suprema Junta, con oficio de Liniers, diciendo que “quedaría satisfecho con la denominación que
Vuestra Majestad quisiera señalarle”.
Emilio Ravignani descubrió que en 8
de agosto de 1812 Luis Liniers, hijo del virrey, se presentó al Consejo de
Regencia reabriendo el proceso por el título de Castilla a favor del apellido
Liniers. Hizo notar entonces que su padre había elegido el título de CONDE DE
BUENOS AIRES, pero “habiendo
posteriormente terminado su gloriosa carrera con una muerte heroica en defensa
de la patria, para perpetuar la memoria de este hecho pide que se substituya
por la de conde de la Lealtad”. Agregó que, dada la situación de Buenos
Aires, la renta asignada era ilusoria, por lo que solicitó la conmutación de
esa gracia para el virreinato de Lima. El Consejo de Regencia consideró la
oposición del cabildo de Buenos Aires a
la denominación elegida, y el 16 de
agosto de 1812 aceptó la mutación del título, y concedió a Luis Liniers el de
CONDE DE LA LEALTAD. La confirmación de este título recién se logró el 26 de
junio de 1815; pero en 1817 Fernando VII resolvió que la denominación de la Lealtad fuera substituída por la
de Buenos Aires. Cuando en 1862
fueron trasladados a España los restos de Liniers, para ser sepultados en el
Panteón de Marinos Ilustres de Cádiz, Isabel II confirmó, aunque no tenía por
qué hacerlo, el título que Liniers no usó nunca, ni pudo usar por falta de
confirmación. Dice Ravignani: “La reina Isabel II, como su padre, producía
un acto generoso disponiendo de un título nacido de la toponimia de una región
que ya hacía tiempo había dejado de estar sometida a su soberanía,
desconociendo, además, la firmeza del otro, que estaba en uso hacía más de
medio siglo”.
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