Ofrecemos a continuación un fragmento de una nota de Eduardo Peralta publicada en junio del año pasado en el blog "Que no te la cuenten". El artículo toma como punto de partida la crítica al desafortunado logo de la Jornada Mundial de la Juventud 2019, y por eso se titula "Del Logos al “logo” (Arte Moderno y Arte Modernista)".
Además de interesantes consideraciones de naturaleza filosófica, que se aplican también al campo de la Heráldica, y por ello nos parece interesante compartir aquí, el autor hace una referencia explícita a nuestra disciplina al abordar, a modo de ejemplo de su tesis, la mutación del escudo de la Acción Católica Argentina.
Transcribimos a continuación las partes pertinentes del artículo, que puede leerse íntegramente cliqueando en su título. Las imágenes que aparecen intercaladas en el texto (los escudos de la Acción Católica, el cuadro de Fra Angélico y los elementos del "logo" al cual se refiere la nota) son del artículo original. Por razones de orden práctico hemos suprimido las notas al pie de página que corresponden a varias de las citas que hace el autor.
El arte y las imágenes modernistas
Cada vez que tratamos de modo crítico un tema relacionado al arte, ya sea música, literatura, teatro, danza, etc., nos vemos obligados a advertir que es necesario para una mayor comprensión, un estudio previo y ulterior sobre temas de la estética filosófica en general como la relación entre el Arte y Belleza, su relación con la Moral y cuanto de ello se desprenda. Esta ocasión no será muy distinta ya que la fundamentación estética se hace imprescindible y sin ella no es posible abarcar el plano artístico como se merece.
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Si definimos al arte como la recta ratio factibilium, la recta razón de la obra a realizar; si decimos que es una virtud intelectual ligada a la Prudencia; si afirmamos que toda obra de arte debe estar revestida de Belleza y que ésta es el objeto del arte; y si definimos a ésta última con Santo Tomás de Aquino como lo que visto agrada –pulchrum est quod visus placet–; entonces, no podemos decir que este [NB: se refiere al "logo" de la Jornada Mundial de la Juventud de Panamá] como otros tantos garabatos que se han producido, sean artísticos o bellos. Por tanto, al carecer de Belleza, no son más que una manifestación de la fealdad y lo caótico.
A diario nos invaden estos logotipos e ilustraciones que intentan reflejar un mensaje religioso, cargados de sentimentalismo modernista y de un marcado antropocentrismo inmanentista. (...) En nuestros días también se difunden imágenes de Jesucristo, la Virgen María en sus distintas advocaciones y apariciones, y de todo tipo de santos, con características infantiles, “aguadas”, sentimentalizadas. Nada semejante a lo que el mismo Dios ha revelado o al modo en que la misma Virgen Santísima ha querido mostrarse al mundo, por ejemplo, a través de la Tilma de Guadalupe. Nos preguntamos qué sentido tiene rebajar y secularizar la milagrosa obra de arte que es el manto de la Guadalupana, con trazos simples que de ninguna manera eleva nuestro espíritu, ni establece diferencia entre lo sagrado y lo profano.
Otro claro ejemplo es el mismísimo escudo de la Acción Católica Argentina, que ha dejado de significar y representar su idea y su logos originario. De una Cruz en campo de plata –cruz del estilo Templario, vale decir–, que simbolizaba a Cristo y su cruz en la vida del cristiano militante que es pura como el metal, se ha pasado a unas líneas cruzadas a mano alzada casi por accidente, en un campo indefinido, ya que los límites del antiguo escudo se borraron. Todo el simbolismo heráldico del emblema ha sido tristemente ultrajado. Pero todo ello era de esperar si los límites de la sana doctrina ya habían sido violentados para dar paso a un modernismo que nada tiene que ver con el sentido de la Iglesia militante.
Ejemplos para ilustrar lo que decimos sobreabundan. Pero regresemos a nuestra reflexión artística teniendo en cuenta que la autora del logo en cuestión, Ámbar Calvo, confiesa que desde los 12 años siente una “afinidad por el arte como medio de expresión”, y su intención para el dibujo propuesto fue “la ternura y la entrega de María en su mejor escena: el Hágase”. Pues bien, a nadie se le ocurre pensar en el “sí” de María y en la Encarnación del Verbo al observar dicho dibujo. Pero el alma se exalta y no deja de sorprenderse y extasiarse, por ejemplo, ante una imagen como la “Anunciación” de Fra Angélico.
No es un capricho intelectualista –como creen algunos– traer a la mesa del debate una definición de Belleza, como hicimos más arriba. Diremos todavía más. El Aquinate completa su explicación señalando tres características de la belleza: integridad (forma un todo), consonancia o debida proporción, y claridad o esplendor. Y en su De Regimini Principis, Santo Tomás agrega que:
“el bien proviene de una causa perfecta, en cualquier cosa en que lo encontremos, en la cual se unifican todas aquellas perfecciones que pueden ayudar al bien; en cambio lo malo procede de cualquier defecto singular. Pues no se da la hermosura en un cuerpo, si no están bien dispuestos todos los miembros, en cambio se ve feo cuando un solo miembro está fuera de lugar. Así, pues, lo feo puede provenir de una u otra causa; en cambio lo bello, de la unión de todas las causas para formar una perfecta”.
En otras palabras lo resumía San Agustín, diciendo que no hay nada ordenado que no sea bello: como dice el Apóstol, todo orden viene de Dios. En contraste, no es posible ya hablar de belleza al tropezar con ilustraciones que no hacen más que acentuar la desproporción, la desmesura y el desorden.
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El “logo” y el “logos”
El término logos nos brinda un gran aporte para lo que intentamos exponer. Su origen es griego (λόγος), y su significado no es otro que “palabra”, “verbo”, y a partir de allí se extiende a “concepto”, “idea”, “discurso”, “imagen”, etc. En la filosofía griega, con sus distintos matices, el Logos tiene un sentido muy particular. Para Heráclito, por ejemplo, el logos es la razón universal que domina el mundo y que hace posible un orden, una justicia y un destino. Los estoicos admitieron el Logos como divinidad creadora y como principio viviente de la Naturaleza. Para Platón, el vocablo representaría también un intermediario inteligible en la formación del mundo. Sin embargo, la filosofía y la teología cristiana, redefinirá el Logos como el mismo Dios. “En el principio era el Verbo”, el Logos, “y el Verbo era Dios”,señala el principio del Evangelio según San Juan, y “se hizo carne”.
Atendiendo a las consideraciones lingüísticas, podemos agregar además que, así como el lenguaje remite una realidad, que existe en sí, del mismo modo una imagen es reflejo de una realidad. La imagen, como la palabra, remite al ser de las cosas. Y esto de modo especial cuando tiene noción de signo, es decir, de aquello que expresa una realidad distinta de sí, pero remitiendo y llevándonos a ella. De este modo el dibujo de una cruz manifiesta algo distinto a los dos trazos dibujados, pero nos remite y nos lleva hacia la Cruz de Cristo, por ejemplo.
El ejemplo de la cruz nos ayudará todavía más a nuestra comprensión. Romano Guardini, en su célebre obra “Los Signos Sagrados”, comienza hablando sobre la importancia de la señal de la cruz, el santiguarse, haciendo hincapié en la importancia de realizarlo correctamente. En nuestro caso podríamos hablar de trazar la cruz –en el papel, en el lienzo– de modo correcto. Esto se debe a que “es signo de totalidad y signo de redención. En la Cruz nos redimió el Señor a todos, y por la Cruz santifica hasta la última fibra del ser humano”. “Signo más sagrado que este no hay”, dice Guardini. Páginas más adelante realiza una advertencia respecto del acto de ver y de la imagen, precisamente hablando de los signos:
“…hemos de ir reconquistando lo que tiempo ha poseíamos, para que vuelva a ser realmente nuestro. Un ver exacto, un oír exacto y un obrar exacto es el supremo arte de aprender a ver y de llegar a saber. En tanto no lo conseguimos, todo permanece para nosotros mudo y oscuro; pero una vez logrado, las cosas se manifiestan como son; demuestran su interior, y de ahí, de su esencia, va adquiriendo forma lo que de fuera aparece. Y comprobarás que precisamente las cosas más a la vista, las acciones cotidianas, encierran los secretos más profundos. En lo más simple se esconde el misterio más sublime”.
No es casual que estemos explicando el vocablo logos, al tiempo que esbozamos una crítica hacia un dibujo que se hace llamar también logo. Hay un correcto modo de ver, como también hay un correcto modo de representar y significar algo. Destruir, atacar y ultrajar la palabra es atentar al ser mismo de las cosas. Asimismo, rechazar la imagen que verdaderamente representa la realidad, no haciendo otra cosa que difundiendo lo diametralmente opuesto, no es otra cosa que dar el mismo golpe artero hacia las esencias de las cosas. Cobran sentido las palabras de Ortega y Gasset, cuando afirmaba que “lejos de ir el pintor más o menos torpemente hacia la realidad, se ve que ha ido contra ella. Se ha propuesto denodadamente deformarla, romper su estado humano, deshumanizarla”.
Esta es la profunda explicación que subyace a aquella escena en la que al ver estos dibujos, como el logotipo de la JMJ, nos veamos obligados –porque la misma realidad se nos impone–, a preguntarnos: ¿qué quiere decir esto?, ¿qué significa? Pues no, no significa nada. Nada que no sea fealdad y caos.
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Hasta aquí las reflexiones de Eduardo Peralta, las cuales, como dijimos, pueden aplicarse también al campo de la Heráldica. En efecto, por ejemplo, ¡cuántas veces hemos visto horrendos "logos" donde debería haber esbeltos escudos episcopales!; ¡cuántas veces hemos debido mostrar aquí paupérrimos escudos municipales de "características infantiles", como dice el autor!; ¡de cuántos escudos "modernizados" podría decirse, con el señor Peralta, que "el simbolismo heráldico del emblema ha sido tristemente ultrajado"!
Publicamos esta entrada en esta fecha por dos motivos: es Domingo de Ramos, fecha en que tradicionalmente se celebra la Jornada Mundial de la Juventud; es 25 de marzo, fecha propia (aunque este año la solemnidad se traslada a causa de la Semana Santa) de la Anunciación del Señor, a la que alude el autor cuando habla del cuadro de Fra Angélico que también hemos compartido.