El 2 de abril hicimos referencia al libro "Qué es la Heráldica", de Jorge de Zarazaga-Berenguer. En menos de 100 páginas, el autor hace un somero recorrido por los fundamentos, principios, reglas y características generales de nuestra disciplina y de los escudos en general.
En uno de los capítulos, llamado precisamente "Heráldicas nacionales", se explica cómo la elección y el diseño de símbolos para los escudos "cobra en las heráldicas nacionales especiales características". En ese capítulo aparece una interesante y polémica referencia a la Heráldica oficial de la Argentina y a los "tres períodos" que menciona el título de esta entrada.
Transcribimos a continuación el fragmento en que el autor se refiere a esos "tres períodos" de la Heráldica argentina, pero ¡atención!: el capítulo no tenía ilustraciones; nosotros hemos añadido imágenes de escudos que, a nuestro entender, expresan lo que el autor está queriendo decir en cada caso.
Sólo cuando habla del tercer período Zarazaga-Berenguer hace una expresa referencia a escudos provinciales concretos, y son esos tres escudos los que hemos agregado para ilustrar ese tramo del texto.
«[...]
De cualquier ángulo que se mire,
los pueblos europeos tienen una heráldica excelente, respetuosa de las normas
de la ciencia y de las del buen gusto, rica, cuidada y vigorosa, personal y
significativa. En suma, una ciencia-arte que contribuye a acentuar la dignidad
de los países con la excelencia de sus concepciones y la maestría de sus
realizaciones.
En cambio en nuestra heráldica
nacional pueden distinguirse tres períodos, lamentablemente ninguno bueno, pero
el último francamente desolador.
El primero es el de las
provincias antiguas, fundadoras de la nación. Algunas de ellas recibieron sus
escudos de sus fundadores. En tal época, siglo XVI, aunque los conquistadores y
fundadores no fueran eruditos ni peritos en heráldica, sí conocían la materia
por serles habitual y cotidiana. Estaban acostumbrados a ver en casas y
palacios, torres, enterramientos y capillas excelentes escudos que hacía
tuvieran el ojo hecho a la noción de proporciones, piezas usadas y equilibrio
de masas. Y aunque entonces se hubiera ya iniciado una decadencia heráldica,
era la decadencia de algo muy sólido que apenas empezaba a flaquear. Tales
escudos, compuestos no por especialistas sino por hidalgos conocedores en
general del asunto, pudieron ser pobres y escuetos, susceptibles de ser
mejorados y enriquecidos, pero no malos desde un punto de vista estrictamente
heráldico.
El segundo período es el de
principios del siglo pasado, cuando se declara la independencia y la mayoría de
las provincias adecuan sus escudos sobre las bases del nacional. Hay en ello
una evidente falta de originalidad. En ningún país los escudos de las
provincias se basan sobre el nacional, ni tienen por qué hacerlo. Pero éste
sería el mal menor, es una época de total ignorancia de todo lo que pueda
parecerse a tal materia. Algo tan fundamental como un símbolo que llevará la
representación del país, no sólo dentro de sus límites, sino también al exterior, es tratado con enorme ligereza desconociéndose las reglas y leyes
elementales de la heráldica, y obteniendo como resultado escudos empastados y
burdos.
Tampoco se cuida su forma
externa, con lo que en vez de tener la de escudos viriles, adoptan formas aptas
para señoras, o municipios, quitándoles el debido rango.
Se presenta también un fenómeno
típico de nuestro país, que es la estratificación de la heráldica. Por
desconocimiento de la materia se cae en una rigidez que priva a los escudos de
la flexibilidad necesaria para ser utilizados de una manera adecuada cuando lo
exigen las circunstancias. Mientras que es usual en Europa cambiar la forma de
los escudos cuando así lo aconsejan las necesidades de la arquitectura, la
orfebrería y la decoración en general.
A ello se agrega que se inventan
piezas y colores inexistentes, teniéndose en cuenta más las tendencias en boga
en el momento que los rasgos inalterables de la nación.
En el escudo nacional es de
lamentar que la pieza de mayor dignidad heráldica y simbólica como es el sol no
vaya pleno y en el lugar de honor. En cambio se inserta incorrectamente en ese
sitio el gorro frigio, ya que en caso de querer ponerse esta pieza carente de
categoría debió ser como timbre. Es, por otra parte, un elemento usado por un
pueblo asiático de la antigüedad y, por lo tanto, ajeno a nuestras tradiciones
de raigambre hispánica.
Puede agregarse que dentro del
simbolismo es un símbolo erótico del que Juan Eduardo Cirlot dice: “...Por ello el troyano Paris —tipo puro del
hombre venusino, cuyo destino en suerte y desgracia es enteramente determinado
por el eros— se representa con el gorro frigio...”
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"Los amores de Paris y Helena", de Jacques-Louis David |
El tercer período ni siquiera es
heráldico. Se inicia al otorgarse escudos a las antiguas gobernaciones cuando
son convertidas en provincias. El panorama no puede ser más desolador; ya no
solamente se violan las leyes heráldicas, sino las del más elemental buen
gusto. La ignorancia de lo que debe ser un símbolo es total, desconociéndose
también la historia y la tradición de las provincias representadas, lo mismo
que los elementos constitutivos de la tierra.
Los escudos compuestos en esta época oscilan
entre ser un catálogo con los productos de la provincia y adoptar las formas
más feas y caprichosas que puede sugerir una fantasía desmedida.
Los casos más extremos de este
período lo representan los escudos de Chubut, Neuquén y Formosa.
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Formosa, Chubut, Neuquén |
Tales escudos, lejos de
representar las provincias a las que les han sido impuestos, las agravian en su
dignidad.
La observación de estos símbolos
puede hacer que se llegue a una equivocada conclusión sobre la naturaleza e
índole del país y la esencia de la nacionalidad, ya que lo verdaderamente
argentino se ve ensombrecido por lo inadecuado de su representación.
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"Collage" de cuatro escudos municipales: Lomas de Zamora (Buenos Aires) - Plottier (Neuquén) - AviaTerai (Chaco) - Gobernador Costa (Chubut) |
La heráldica es una materia que,
sedimentada por el uso inmemorial y la legislación a través de los siglos,
tiene un contenido hondamente espiritual, y, por lo tanto, de un valor
trascendente que escapa a lo meramente físico.
No obstante en nuestro país a
menudo se le ha desconocido tal calidad componiéndose escudos que representan
una provincia de la nación con groseros elementos materiales, como pueden ser
los productos de su economía, que desvirtúan la esencia del símbolo.
Pero no solamente el panorama
heráldico civil presenta tal aspecto, sino que los escudos de la jerarquía
eclesiástica, salvo escasas excepciones, adolecen de graves defectos.
Algunas observaciones sobre las
características espirituales de esta ciencia respaldarán este juicio.
En las monarquías, que es donde
el poder civil, al ser consagrado, adquiere su mayor perfectibilidad en el
plano de las relaciones humanas con la
divinidad, es donde los símbolos heráldicos de cualquier país y época adquieren
un mayor una mayor dignidad y gravedad, y donde la majestad de la nación se
muestra más patente. Esto es tan notorio que surgirá de la simple observación.
Las repúblicas no alcanzan en sus símbolos tal excelsitud, mas aún conservan
una dignidad quizá despojada de grandeza, pero que mantiene todavía sus
caracteres espirituales.
En cambio, en las naciones que se
hallan bajo sistemas comunistas de gobierno, al carecer en absoluto de
jerarquía espiritual, al haberse deshumanizado materializándose, al hacer tabla
rasa de todo principio de respeto a la dignidad y libertad de las criaturas,
los símbolos se cargan de este materialismo y son feos y pesados; más aún, son
repelentes a la sensibilidad del espectador.
El símbolo abstracto es más apto
ya que representa el todo y no una parte de la nación, y se identifica con
ella. Por su carácter arquetípico es un producto del espíritu que, como tal,
goza de cierta gravedad, de cierta majestuosidad, y grandes y pequeños,
poderosos y débiles se encuentran cubiertos por su grandeza, que es la de la
nación que representa.
Un símbolo abstracto siempre
cubrirá y representará el todo y podrá proyectarse, así cambien los regímenes,
a través de las épocas, ya que lleva la
perdurabilidad intrínsecamente en sus características substanciales».
Hemos de decir, para terminar, que coincidimos, en lo sustancial, con el autor del libro.